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Crónica de un censista

“Las horas en la calle, las puertas, los perros que me ladraban, los vasos de bebidas ofrecidos con cariño,  las historias de matrimonios jóvenes, adultos mayores, hombres y mujeres solas.  En fin”.

Esta es la historia del voluntario ovallino que el pasado 19 de abril, “armado de mi credencial y una buena sonrisa”, salió para participar en esta trascendental jornada ciudadana.

“Debo reconocer que estaba nervioso  e intenté prepararme para la tarea lo mejor posible. Leí con detención el manual que complementaba la capacitación flash que nos hicieron semanas antes.

La verdad le tenía un poco de pánico a entregar las papeletas con errores pero por sobre todo, a no ser lo suficientemente claro en la explicación de las preguntas pues eso determinaría que la recolección de datos fuere lo más precisa posible. No quería ser responsable de otro Censo fallido jajajaja.

Me levanté muy temprano, con zapatillas y con una botella de agua pues calculaba que la jornada sería larga. Lo positivo era que el lugar donde me debía presentar estaba a media cuadra de casa, así que ese era un problema menos a mi condición de  “voluntario obligatorio”, tal como le sucedió a muchos otros funcionarios públicos. Hice mi fila para ser registrado, proceso que fue muy rápido pues llegué temprano y con eso ya estaba disponible para recibir el mapa de las casas a censar. Poco a poco comenzó a extenderse la fila de personas para ser censistas.

En la fila conocí a un tipo que me confidenció que extrañamente había sido designado como censista a la ciudad de Ovalle a pesar de que vivía en La Serena.  Cosas del sistema me dije. Ya eran cerca de las 8:30 y había llegado la mayoría de las personas, muchos conocidos de los servicios públicos, con los que esperamos, y esperamos… y esperamos.

Poco a poco percibíamos cierta desorganización. De pronto se reconocía que faltaban supervisores y una señora gritaba con tono de desesperación: “¿Quién quiere ser supervisor?” Poco a poco la rumorología confirmaba que no llegaron todas aquellas personas que se habían registrado en esa función. Y así pasaron varias horas hasta que uno de mis compañeros tomó la determinación de ejercer como supervisor improvisado y formar un grupo con quienes aún estábamos sin zona de trabajo. Ya eran las 10 am.
Así partí armado de mi credencial y una buena sonrisa para decir: “Buenos días, tengo la tarea de censar su vivienda”.

Una de las primeras casas, era muy humilde. Me recibió una joven. Vivía sola con sus 2 pequeños hijos que deambulaban por ahí, aún en ropa de cama. También me recibía un perro, la mascota de la pequeña familia. Los niños por momentos interrumpían la entrevista y la madre perdía el control y llamaba al orden a los niños. Sobre todo, al más pequeño que exigía su leche. Mientras tanto el perro seguía intentando morder mi chaqueta.  Esa fue mi primera encuesta, un constante equilibrio entre sostener el formulario y esquivar al perro. Pese a ello, la misión uno estaba cumplida y pegaba el primer adhesivo.  Dejé a la joven madre con sus pequeños y su mascota. Me quedaban solo 19 casas. Vamos que se puede, me dije.

La siguiente, un inmigrante brasileño que estableció hace varios años su local de comida rápida en una populosa población de la ciudad de Ovalle. Muy simpático el amigo, quien se notaba preparado para la tarea pues tenía todos los carnets de sus hijos en la mano para entregar los datos bien precisos. Dentro de la entrevista le pregunto: “Usted trabajó la semana pasada”? y me responde: “Uy sí. La semana pasada y la anterior, y la anterior y la anterior también. Me faltan días para el trabajo”, dijo dando una gran carcajada.  La frase evidenciaba con claridad el espíritu de un inmigrante. Espíritu que hizo de este nuevo país su propia patria. Es decir, el Chile de hoy y el de siempre, pues Chile se ha construido gracias a los miles de inmigrantes que llegaron en el pasado y por supuesto en el presente, y que nos ayudaron y ayudan a construir lo bueno y lo malo que tenemos hoy.

Así pasaron las horas, las puertas, los perros que me ladraban, los vasos de bebidas ofrecidos con cariño,  las historias de matrimonios jóvenes, adultos mayores, hombres y mujeres solas. En fin. Sin darme cuenta, ya eran cerca de las 19 horas y aún me quedaba una casa. La última en mi listado.

Una joven me recibe e intenta abrir la reja sin éxito. Forcejeaba y forcejeaba y la reja se negaba a ser abierta, hasta que de pronto se abre.

Ella médico y él asesor de cuentas de un banco. Ambos jóvenes me respondieron las preguntas del cuestionario. Al terminar les digo que sólo restaba pegar el adhesivo y con eso yo terminaba mi tarea, porque ellos eran la última casa en mi lista. Me dieron aplausos espontáneos. Fueron bien simpáticos y me fui con mi cargamento de datos que hablaban de varios hogares que me dejaron mirar en sus vidas.

Minutos más tarde los datos fueron registrados en un computador de manera fría e impersonal por un digitador. Dejé la carpeta con mi credencial. La que se unió a otras tantas.  Me fui agotado y feliz de haber concluido, pero con la esperanza de haber contribuido a la tarea de dilucidar cuantos somos hoy, quienes constituimos  nuestro Chile. Sí todos, inmigrantes, mujeres, niños, adultos, ricos y pobres. Porque hay algo bien claro, todos debemos contar en un país en el que hay que ser muy valientes para vivir en el, entre terremotos, lluvias, mares tempestuosos, volcanes que rugen. Pero ahí estamos, aferrados al continente entre la cordillera y el mar haciendo de este trozo de tierra un país mejor. En casa me esperaba mi familia y la historia de cómo les fue a ellos en el Censo”.

Censista Ovallino

OvalleHoy.cl