Los medios de comunicación masiva y las redes sociales han difundido con amplitud de detalles el efecto negativo del aguacero recién pasado. Cortes de agua, de alumbrado eléctrico, anegamiento de viviendas, derrumbes sobre caminos, damnificados, caminos cortados, y un desgraciado accidente con resultado de muerte que afectó a un joven agrónomo y a una familia muy conocida del río Rapel, a la cual me unen lazos de sana amistad, son las noticias que han ocupado la mayor parte de los espacios noticiosos. Todo muy lamentable.
Sin embargo, una lluvia para una región en permanente sequía, no puede ser una mala noticia, ni menos podemos referirnos a ello como una desgracia. Es más, la gente más humilde y tal vez la más afectada momentáneamente, la considera una gran bendición porque sabe que en el corto, mediano y largo plazo la naturaleza le recompensará las eventuales pérdidas materiales.
En el Limarí existen 121 comunidades agrícolas que ocupan una superficie importante del total de la provincia. La comuna más “afectada”, Combarbalá, tiene 17 comunidades agrícolas que cubren una superficie de 105.865, 63 apenas inferior al 50 % del total de su comuna. Indico las cifras para que podamos dimensionar el verdadero efecto de estas lluvias, porque las característica principal de esas extensas superficies es que NO TIENEN RIOS y sus habitantes, personas, animales y vegetación, viven EXCLUSIVAMENTE de las aguas lluvias. Con estas precipitaciones las corrientes de aguas subterráneas aumentan su caudal, los pozos suben su nivel freático y las vertientes florecen nuevamente en la superficie. La vida y la esperanza vuelven al campo.
Durante los reportajes, periodistas televisivos del nivel central, como de quienes estaban cubriendo la noticias en el lugar de los hechos, demostraron un gran desconocimiento no solo de ésta realidad sino también del carácter de nuestra gente.
Hubo una entrevista a una comunera cuya respuesta llamó poderosamente la atención porque describe, de manera elocuente y resumida, la actitud con que nuestro comunero, nuestro campesino, enfrentó y ha enfrentado siempre, el fenómeno del “aguacero”. Tal vez el reportero y los televidentes pensaban que los iban a encontrar de rodillas mendigando una ayuda o llorisqueando por esta “desgracia” y se encontró con gente digna, resignada a pasar un mal momento, pero consciente que se trata de un pequeño sacrificio en comparación con el tremendo beneficio de contar con seguridad de agua para la bebida de su familia, de sus animales y del riego de su huerta familiar para un largo tiempo. En el corazón del comunero no hay espacio para lamentaciones porque está lleno de agradecimiento por una lluvia cuyo valor solo puede ser apreciada en su justa dimensión por quienes sufren una eterna sequía.
Sin lugar a dudas el reportero, seguramente como muchos citadinos, subestimo a nuestro comunero, no sabía que éste es un tipo sabio con una cultura centenaria para enfrentar estos fenómenos climáticos. El comunero ancestral no es un tipo imprudente que construye su vivienda en el cauce de una quebrada. Como no vive los adelantos de la “civilización” no lo afectan los cortes de agua ni de luz. Nunca queda aislado porque para su medio de transporte, caballo, yegua o burro no corren los cortes de camino. Es parte de su cultura ser una persona precavida y siempre preparada para este tipo de eventos. No vive al día, porque con los ingresos de las pequeñas cosechas del verano y de la venta del queso, compra las provisiones más indispensables como la harina ,los porotos o el azúcar, no para un mes, sino para todo el invierno, de tal manera que jamás le falta el pan ni el cocho de cuchara pará. La cabra le provee la carne, el charqui, la leche y el queso. Las gallinas la carne y los huevos. La higuera, el peral y los durazneros le aseguran los frutos secos.
¿De qué se lamenta el comunero? De lo mismo que se lamenta usted cuando ve como los torrentes de agua se pierden en el mar. De eso se lamenta. De no contar con los recursos para poder “sujetar” el agua. No con megas estructuras, porque no hay flujo como un rio que los alimente permanentemente ni una relación costo beneficio que les favorezca, pero sí sabe que se podrían construir pequeñas y medianas estructuras que mitiguen la permanente sequía en que viven. Nadie aprecia más esta desgracia, la de ver perderse el agua en el mar, que quienes sufren su escases a diario.
Hace un par de años un medio de circulación regional me dio la cobertura de dos páginas centrales, donde planteé lo importante que sería que las comunidades agrícolas aprovecharan su condición topográfica de zona de valles transversales, para construir en sus quebradas muros que pudieran embalsar las aguas con los múltiples beneficios que ello conlleva.
Lo dije desde la perspectiva de un descendiente de comunero que trabajó toda su vida en el campo de la agricultura regional y el de haber participado, por más de 30 años, en forma directa, en el diseño, la construcción y la dirección de cientos de tranques prediales cuyas capacidades iban desde los 1.000 a los 100.000 m3. Sé de lo que estoy hablando y sé que es perfectamente factible construirlos…
La autoridad política, el reportero, el entrevistado, se muestran muy interesados. Pero el interés solo dura lo que dura la lluvia. Después el comunero pasa, nuevamente, al olvido. Pero él lo soporta con estoicismo. No hay temporal ni indiferencia política que lo deje aislado.
Él vive aislado.
Héctor Alfaro Jeraldo