Entre Zorros

20 - 10 - 14 mario ortizUna buena nueva nos trajo la familia de zorros Culpeos que habitualmente frecuentan el entorno de la sede administrativa de la reserva de las chinchillas. Un nuevo integrante se sumó a la familia canina después de ver la luz del día superando exitosamente el trance del nacimiento.

La primera señal de su existencia nos llegó cuando la joven hembra del grupo comenzó a exhibir sus tetillas abultadas por la lactancia. En ese momento imaginamos a toda una camada de tiernos cachorros jugando torpemente, celosamente escondidos por su madre en el más secreto rincón de alguna quebrada o roquerío cercano.

Pero una tarde observamos a la hembra con un diminuto y solitario cachorro llevándolo hasta el abrevadero. La hermosa cría caminaba vacilante entre las patas de su madre hasta llegar al borde de la pequeña poza de agua.

En ese sobrecogedor momento parecía que el mundo se había detenido; casi todas las  especies de fauna silvestre que normalmente deambulan por el lugar habían desaparecido poniéndose a buen resguardo, en prevención de un encuentro no deseado con esta implacable cazadora.

La vigilante madre rozó fugazmente el vital elemento con su lengua como induciendo al pequeño a probarlo. La cría imitándola introdujo tan bruscamente su aguda nariz en el agua que inmediatamente levantó la cabeza estornudando enérgicamente, para expulsar el desconocido fluido transparente que se había introducido en sus vías respiratorias.

Simultáneamente la atenta madre supervisaba al cachorro interponiendo su cuerpo entre el y nosotros, como el más inexpugnable escudo protector. Luego y después del breve encuentro con el agua madre e hijo se alejaron desapareciendo entre los matorrales de un faldeo cercano.

Poco tiempo después, en una noche que parecía cotidiana, el grupo habitual de zorros compuesto por dos machos y la hembra antes mencionada, llegó con la pequeña cría hasta el sector iluminado del estacionamiento.

El lactante que ahora caminaba con mayor destreza, se desplazaba entre los cautelosos zorros meneando de un lado al otro su cola con entusiasmo, mientras mordisqueaba con espíritu travieso las patas de los adultos, brindándome un espectáculo pocas veces visto por el ojo humano.

Inmediatamente me di cuenta que no habían detectado mi presencia, por tal motivo permanecí inmóvil conteniendo la respiración para observar las cautivantes jugarretas del cánido infante. Sin embargo apenas me descubrieron, los adultos emitieron un gruñido suave casi inaudible que cambió notoriamente la conducta del cachorro.

El pequeño se alejó rápidamente semi agazapado, con las puntas de las orejas agachadas y se ocultó en los matorrales cercanos un poco más allá del alcance de la luz artificial del estacionamiento, como si obedeciera a una orden indiscutible.
Por su parte, los zorros adultos se distanciaban entre sí. Esta reacción que aparentemente obedecía a un patrón de conducta predeterminado, me pareció muy interesante puesto que a la luz del análisis interpretativo parece obedecer a una estrategia distractiva.

En la medida que el verano transcurría lentamente, las visitas del pequeño zorro acompañando a sus padres al sector de la Administración, se hicieron cada vez más frecuentes. Poco a poco la protectora madre comenzó a confiar cada vez más en nosotros, mientras el pequeño crecía aumentando la intensidad de sus travesuras.

En varias ocasiones lo vimos con carita de afligido, recibiendo los regaños de los adultos, cada vez que se le pasaba la mano en sus juegos al morder demasiado fuerte las orejas, las patas o la cola de sus padres o de su tío.

Sin embargo, en una fresca y avanzada tarde que había dejado atrás al verano, observé desde la ventana una inesperada reacción de la familia canina. Los motivos que detonaron esta conducta quedaron sumergidos en el misterio… esto sucedió en un apacible momento en que todos los miembros de la familia de zorros reposaban tendidos en el suelo, debajo de un algarrobo cercano a la casa. El cachorro que ya era un juvenil, sostenía una rama seca en el hocico y la mordisqueaba, mientras permanecía de espaldas en el suelo entre los adultos que aparentemente dormitaban.

Repentinamente el gran macho de cola prominente y calculadora mirada se levantó bruscamente interrumpiendo su sueño aparente, levantando una urgente mirada hacia el faldeo cercano, mientras emitía un gruñido nervioso que, pese a mi absoluto desconocimiento de su lenguaje,  me transmitió una mezcla de advertencia y temor.

Al instante, el resto de los zorros seguidos por el vigilante macho, huyeron velozmente hacia la parte baja del estero aledaño, provocando a su paso un sucesivo crujir de ramas que se quebraban en la desesperada huída, como si todos los miembros de la familia estuvieran repentinamente dominados por el pavor.

En ese momento vertiginoso salí hasta el umbral de la puerta de la casa, que permanecía abierta, para averiguar que había provocado la estampida de mis vecinos. Mientras me asomaba a los detalles del acontecimiento, el habitual encendido de mi máquina fotográfica se me hizo eterno.

Lentamente di un paso fuera de la casa para buscar en el faldeo la causa de tanto pánico y sólo encontré un silencio sobrecogedor que se coludía con la penumbra del atardecer. En ese momento me preguntaba una y otra vez qué pudo provocar tanto miedo a los zorros. Mientras analizaba las opciones una emocionante posibilidad trajo a mi ánimo una inyección de entusiasmo…

Hacía pocos días habíamos logrado el primer registro fotográfico de un hermoso ejemplar de puma, muy cerca de donde me encontraba. En una madrugada de principios de abril, el lente automático activado por un sensor de movimiento había capturado tres históricas e impresionantes imágenes del felino.

Ante la posibilidad de que este puma fuera el portador del terror para los zorros me quedé inmóvil, pensando que podría estar acercándose al abrevadero. Las expectativas de capturarlo directamente con mi cámara fotográfica me generaban mucha expectación.

Sin embargo pasaron largos minutos de espera y nada; los matorrales cercanos parecían inmutables. Caminé lentamente hasta el lugar en donde se encontraban retozando los zorros antes de su huída y capté un leve olor que flotaba en el aire  mezclándose con el olor de la tierra seca.

Por un momento pensé que era el olor del poderoso felino que llegaba en la brisa pero no pude discernir…  a ratos me parecía que era el aroma que habían dejado los zorros en el lugar y que probablemente se había acentuado por la adrenalina generada por la situación. Lo único cierto es que quizás nunca llegue a saber el motivo de tanto temor por parte de los zorros. Al ver que la penumbra cubría todo acentuando el misterio, decidí entrar en la casa.

Al día siguiente mis vecinos cánidos no se dejaron ver. Sin embargo, con el correr de los días, gradualmente fueron retomando su rutina convirtiéndome nuevamente en un privilegiado espectador de los sorprendentes detalles del mundo de los zorros.

Mario Ortíz Lafferte
Técnico Agrícola
Guardaparque-Conaf   

OvalleHoy.cl