InicioultimasOpiniónPequeño Gigante

Pequeño Gigante

El sonoro e inconfundible grito de ataque de un zorzal, me movió a indagar lo que sucedía entre las frondosas ramas de un roble en la pre cordillera del Maule. En breve pude ver las enérgicas embestidas que esta ave realizaba sobre algo que permanecía posado en una rama a media altura.

Mediante impetuosos vuelos rasantes, el zorzal descargaba toda su ira sobre un silencioso y plumífero objetivo, que parecía recibir de lleno los impactos de este verdadero proyectil alado. Sin embargo, desde cierta distancia observé que a pesar de las violentas acometidas, el estoico objetivo permanecía intacto y en el mismo lugar después de cada ataque.

Al acercarme un poco más ocultándome entre tupidos arbustos, confirmé mis sospechas, tan odiado personaje era un menudo chuncho que parecía no estar dispuesto a abandonar su dormidero. Mientras me movía semi agachado lo perdí de vista por un instante, hasta que lo volví a ver justo cuando  el zorzal descargaba toda su furia sobre este menudo rapaz nocturno.

El recuerdo de la macabra imagen de polluelos de zorzal, que permanecían en el nido como si estuvieran durmiendo pero con sus cabecitas destapadas y desprovistas de su cerebro a raíz del ataque de un chuncho, me permitía comprender los motivos de tanto odio.

En otras ocasiones había visto zorzales hostigando a los chunchos hasta obligarlos a retirarse del lugar,  por tal motivo pensé que este pequeño búho en cualquier momento abandonaría el árbol.  Sin embargo me llevé una sorpresa.

El zorzal, se abalanzó nuevamente directamente sobre el chuncho, lo que hacía inevitable un choque frontal pero el atacante pasó de largo mientras que el chuncho quedó colgando al revés en su momentánea percha, esquivando el ataque con una maniobra  sorprendente.

Inmediatamente después del ataque, se impulsó con sus alas hasta quedar nuevamente parado sobre la rama. De esta forma repetía una y otra vez su maniobra circense, cada vez que el furioso zorzal se lanzaba sobre él.

Después de presenciar varios ataques sucesivos del zorzal, me dio la impresión de que la repetitiva mecánica de las embestidas lo enceguecían cada vez más, hasta el punto de abandonar las precauciones que dicta el instinto de sobrevivencia.

Los ataques se repetían uno tras otro siguiendo el mismo patrón; el chuncho esquivaba colgándose en la rama y el zorzal pasaba de largo,  así sucesivamente hasta que repentinamente algo cambió el curso de los acontecimientos.

El zorzal no pasó de largo y el chuncho no quedó colgando, por el contrario ambos cayeron desde lo alto girando y rebotando de rama en rama, hasta llegar al suelo en un implacable abrazo mortal.

El chuncho había puesto fin al juego, en vez de esquivar el ataque había salido al encuentro de su atacante recibiéndolo con sus penetrantes garras. Una vez en el suelo, rodaron sobre la hojarasca mientras el zorzal intentaba zafarse en vano. Por un momento el pequeño rapaz fue arrastrado por su presa, que casi lo superaba en tamaño, pero finalmente la formidable condición depredadora del chuncho, prevaleció en esta trófica contienda.

Cuando el zorzal dejó de poner resistencia y su cuerpo quedó a merced de su contendor, el chuncho intentó infructuosamente remontar el vuelo con su trofeo en las garras, sin embargo sólo consiguió arrastrarlo con dificultad, levantándolo a ratos a poca altura  hasta llevarlo a un lugar mas seguro, probablemente para degustar su presa en la discreta intimidad del sotobosque.

Conmovido por este acontecimiento, me quedé inmóvil observando como este diminuto rapaz nocturno arrastró sin vacilación a su enorme presa, hasta desaparecer de mi vista sumergiéndose en la profundidad del bosque, dejándome una indescriptible sensación de encontrarme en el límite del misterioso y desconocido mundo de un pequeño gigante.

Mario Ortíz Lafferte
Guardaparque/Conaf
Administrador
Reserva Nacional Las Chinchillas.

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