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Reminiscencias

Nací en las riberas del Rio Limarí, río que pareciera destinado a detener el impetuoso empuje de un desierto incansable, avasallador, aliado con un sol  de sequedad que agosta la vida vegetal en sus inicios.

El río es vasallo de las lluvias. Tiene épocas de abundancia en que su presencia rugiente impera en los cerros y quebradas; infunde miedo con su ronco gemido y seguridad con la certeza que sus violentas aguas regarán las huertas, cementeras, arboledas;  los animales tendrán pasto y la vida será cierta y hermosa. Otros años el cielo no se viste con nubes de lluvia  y el río se muestra manso, humilde, silencioso, entonces las miradas se tornan desconfiadas, tímidas temerosas de la llegada de la sequía que niega las cosechas por falta de riego. El, con sus inesperados cambios,  acompasa la vida de quienes viven en sus riveras. La prosperidad o pobreza viajan  en la abundancia o escases de sus aguas.  El rio ejerce imperio en la vida de sus riberanos quienes viven con indiferencia sus cambios menores y con espanto sus excesos tumultuosos y sus carencias de miseria. Es el vecino más presente en los hogares humildes y en los salones de pretensión.

Nací, crecí y –  salvo algún acontecimiento catastrófico – me entregaré al destino eterno en la ribera de su cauce y la música de sus aguas;  me llevaré el recuerdo de mis parientes y de quienes fueron mis amigos, conocidos, cercanos; de aquellos con quienes compartí en la escuela y el demolido liceo que alzaba su estampa de estilo frente a la plaza de mi ciudad, Ovalle.

Mi profesión – Médico  Veterinario –  me presentó la vida solitaria pobre y resignada del cabrero dueño de un alma simple que no cultiva ambiciones desmedidas. Conocí la cordillera, sufrí sus miedos, su  angustiosa soledad, el ensimismamiento reflexivo que concluye aceptando nuestra pequeñez y transitoriedad. Fue ahí y entonces cuando los personajes que he vaciado en mis escritos comenzaron a formarse y pidieron nacer en las páginas que los amables y tolerantes lectores han conocido. El cielo claro, azul, luminoso de los días en la montaña seguidos de un cielo con mas y mas grandes estrellas me llevaron a admirar y querer la creación que es más grandiosa que todo ingenio humano.

He querido dejar en el papel lo que la vida estampó en mi alma. Miro la vida desde lo girones de mi mundo que fue y no logro ubicarme en el mundo ajeno que será. Tengo nostalgia de mi ciudad vieja. Veo como injerto cada edificación que reemplaza la casa que cobijó a las familias de mis amigos, a las niñas que iluminaron mi adolescencia, a los profesores que sembraron ilusiones.

Lo que he escrito ha nacido del agradecimiento que siento por haber vivido. Creo que, con mis narraciones, llegará, ese pasado, al alma de los hombres del futuro quienes tendrán una pintura tenue del Ovalle del siglo XX  .

IVAN RAMIREZ ARAYA

OvalleHoy.cl