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¿Por qué no más Filosofía?

Un proyecto del Mineduc, dado a conocer la semana pasada, propone eliminar el ramo de filosofía de la enseñanza media o bien dejarlo optativo o bien integrarlo a otras asignaturas. Esta modificación curricular ha sido vista por algunos como ‘peligrosa’. Ante ello, se ha desplegado en los medios de comunicación una defensa de la filosofía no sólo tibia, sino que también errada al sostener que la filosofía nos ayuda a ser mejores personas y a ‘pensar más’, como si ella tuviera el monopolio de la virtud y de la actividad reflexiva.

Evidentemente que ella puede ayudar a la formación integral del individuo. Ello es innegable. Pero tal línea de argumentación otorga a la filosofía un rol instrumental que no le es propio y, lo que es más grave, contribuye a la tesis que aboga por transmutarla en una asignatura de formación ciudadana. Así, la filosofía se transformaría en sierva de la polis.

También se sostiene que la enseñanza de la filosofía es relevante, porque nos incita a pensar en las ultimidades de la vida. Tal argumento es atendible, pero requiere de una condición. ¿Cuál? Tener maestros (en el más excelso sentido de la palabra) en las aulas. Si no se tienen maestros, ella, en los hechos, puede ayudar bastante poco a tal fin, pues para hacer filosofía se requiere de cierta madurez y ésta es un bien escaso. Por eso, Santo Tomás de Aquino decía que hay que tener al menos cincuenta años para asumir el rol de maestro en plenitud. Sin madurez, la enseñanza de la filosofía deviene en algo que no está exento de superficialidad, pedantería y mediocridad, como bien sabemos que a veces suele ocurrir.

Así, en la práctica la asignatura de filosofía puede acabar siendo una pérdida de tiempo, lo cual no es infrecuente. Peor aún: puede que su enseñanza termine siendo no sólo fastidiosa, sino que también perjudicial. De hecho, a veces, suele generar fanatismos y sectarismos, tornándose así en algo nocivo para la juventud y también para la sociedad. Debido a ello, muchos piensan que no debería existir el ramo de filosofía en la enseñanza media. Baste recordar, a modo de ejemplo, las declaraciones de Arturo Martínez al respecto.

Hay enormes prejuicios (aprensiones que, paradójicamente, son corroboradas por la manera como se conducen algunos profesores de filosofía) que llevan a pensar de esta manera. Uno de ellos es creerse paladín de una verdad redentora que los cándidos se niegan a ver y los alienados a admitir. Otro, es que lo filosófico es propiedad de los filósofos. Esto último, no es así. Lo filosófico es inherente a todo preguntar y consiste en llevar la dubitación, el preguntar, cualquiera sea la pregunta, hasta el fondo de ella misma. Así, es imposible no hacer filosofía cuando una disciplina se cultiva a fondo. Hay filosofía en las preguntas fundamentales que suscita el avance de las ciencias biomédicas, la astronomía y el derecho penal. Hay filosofía en la teología, en la arquitectura y en la política.

La filosofía es ineludible. Si no se hace de manera profesional e institucionalizada, ella afloraría de manera espontánea. También cabe la posibilidad de que sea reemplazada por sucedáneos de variada índole; como lo son en la actualidad, por ejemplo, un número creciente de cofradías que cultivan las espiritualidades orientales. De hecho, si no hacemos filosofía en colegios y universidades de manera profesional, a la luz de las enseñanzas de los grandes filósofos, se haría de manera rudimentaria en plazas, calles y bares. Y si alguna vez se prohibiera y fuere perseguida por la policía del pensamiento, se haría de manera clandestina; enmascarada en el teatro, la poesía, el periodismo, el cine o la literatura; o bien se haría en el exilio o en asilos de diversa índole.

La filosofía no tiene como función esencial ayudar a nadie, ni redimir a sujeto alguno. Ella no tiene una función medicinal, política ni policial. Lo filosófico es intrínseco a todo preguntar. Cuando un científico se pregunta por la causa de la materia, del tiempo o del espacio, por cierto que está haciendo física, pero en un nivel de profundidad en el que la física deviene en ‘filosofía de la física’; donde se pregunta por el fundamento de la ‘cosa’ o el ‘por qué’ de la misma.

Por ello, como decía Kant, no se enseña filosofía, sino que se enseña a filosofar, a llevar las preguntas hasta el fondo de ellas mismas, no importando la pregunta ni el área en que se formule. La filosofía es verbo, no sustantivo. En esto consiste el trabajo de los profesores de filosofía. Dicho negativamente: el trabajo de los profesores de filosofía no consiste en hacer de sus alumnos futuros eruditos en materias filosóficas, menos aún premunirlos con respuestas ‘a priori’ que supuestamente resuelven los espinosos problemas de la coyuntura actual. La misión del profesor de filosofía es invitar a sus alumnos a razonar, a preguntarse el ‘por qué’; como asimismo acompañarlos en la búsqueda de las respuestas tentativas a la luz de los grandes lineamientos que nos ha legado la tradición filosófica, la cual, por lo demás, debe estar constantemente sometida a una revisión crítica.

¿Pretende el Mineduc terminar con las preguntas radicales? Si es así, no sólo estaría en ‘peligro’ la filosofía como disciplina, sino que también otras áreas del saber a las que paradójicamente el proyecto ministerial intenta beneficiar. En consecuencia, si el Ministerio apunta en última instancia a incentivar el cultivo de las denominadas ciencias duras, debería, por el contrario, alentar la práctica de la filosofía.

Signatarios:

Carlos Zárraga Olavarría (doctor en filosofía por la Universidad de Deusto)
Luis Oro Tapia (doctor en filosofía por la Universidad de Chile)
Rodrigo Frías Urrea (doctor en filosofía por la Pontifica Universidad Católica de Chile)

Santiago, martes 30 de agosto de 2016.

OvalleHoy.cl