

(4ª nota de viaje) En la bandera de Holanda están presentes los mismos tres colores de nuestro emblema nacional. Sin embargo, su territorio cabría 18 veces en el de Chile. Sus más de 16 millones de habitantes han tenido que quitarle superficie al mar para poder vivir allí. Y lo hacen utilizando un antiguo sistema de drenaje constituido por cientos de molinos de viento que, además, han pasado a ser símbolo turístico de Holanda.
Llegamos a Amsterdam el primer lunes de febrero. Contemplar el paisaje invernal y las gruesas gotas de lluvia que salpicaban nuestro parabrisas a través de los 150 kms. que recorrimos desde Amberes hasta la capital holandesa no nos desanimó para nada y, una vez que llegamos hasta Zaanse Schans, aprovechamos un amaine y descendimos de la máquina para mirar de cerca los famosos molinos y tomar fotos del lugar.
Cada una de esos gigantescos aparatos realiza el trabajo de bombear para mantener a raya el agua de un pólder que es una superficie terrestre que ha sido ganada al mar para ser aprovechada en la agricultura o ganadería. Decenas de ellos se alinean a través de la costa. Sus formas y colores son variados, pero todos son se mueven al impulso de las ráfagas de viento que provienen del Mar del Norte.
Antes que el mediodía nos sorprenda, dejamos nuestros molinos pintorescos e ingeniosos y nos dirigimos al suroeste para visitar una centenaria fábrica de queso artesanal. Es una estancia rústica pero acogedora, en la que un cordial matrimonio se dedica a la confección de quesos y zuecos.
A la entrada, nos sorprende un pequeño taller repleto de zuecos, zapatos de madera de gran difusión en toda Europa. Le explicamos al artesano que en Chile no son muy usados, mientras él, amablemente, despliega una detallada charla sobre ellos, que va desde describirnos toda la variedad que fabrica hasta demostrarnos, a vista nuestra, paso a paso, todo el proceso de confección de un par de este exótico calzado. Termina con un gesto de su exclusiva generosidad: regala el par de zuecos recién terminados al joven estudiante que le sirvió de “partner” en su demostración.
De los zapatos pasamos a los quesos. En otra de las dependencias de esta gran casona encontramos a la esposa de nuestro amigo junto a algunas de sus asistentes quienes están abocadas a la elaboración de exquisitos quesos de vaca. Ella nos cuenta que su trabajo empieza muy temprano, a las 5 de la madrugada, en los establos ordeñando sus vacas. Observando su aspecto, saludable y esforzado, mi mente retrocede más de medio siglo atrás, cuando en mi niñez mi madre nos mostraba en las cajas de leche en polvo las figuras de las regordetas holandesas con dos baldes de apetecible leche fresca. Luego, al igual que su marido, nos relata orgullosa, paso a paso el proceso de elaboración de sus quesos. Más adelante, le cuento que vengo de Ovalle, donde se fabrican los más deliciosos quesos de cabra, lo que le despierta mucho interés inquiriendo más detalles al respecto.
Es pasado el mediodía cuando, finalizada nuestra excursión entramos en la urbe, la enorme y bella capital con sus edificios de estrechas fachadas, sus canales profundos y tranvías en constante ir y venir. Es hora de comer algo y recorremos la avenida Damrak buscando un “fast food restaurant”. Al circular en grupo tenemos que evitar ser atropellados porque las aceras incluyen las ciclovías; decenas de ciclistas van y vienen por ellas, algunos a considerable velocidad. El medio de locomoción número uno de Amsterdam es la bicicleta y se las puede ver circulando por todos lados o amontonadas en las barandas y puentes, por cientos y miles.
Después de un rápido almuerzo recorremos la ciudad, no en tranvía ni bicicleta, sino en una barcaza con techo de cristal. A través de un cómodo “audio-guide-system” que nos es entregado a bordo, vamos atravesando uno tras otro sus muchos canales y admirando las vistas más notables de esta ciudad magnífica y cautivante.
Pero no podríamos terminar estas notas sobre nuestro paso por Holanda sin mencionar el “Barrio Rojo”, sector de Amsterdam que, apenas declina el día, comienza a inundarse de turistas, especialmente hombres, que desean curiosear a través de sus estrechas callejuelas y pasajes, vitrineando y regateando en sus ventanales donde estupendas meretrices ofrecen placer a variados precios o visitando algún coffee-shop para disfrutar un “porro” de cannabis acompañado de un aromático café.
Pensé incluir en esta nota mi visita a Colonia (Alemania), pero creo que valía la pena extenderse sobre estas experiencias en Holanda que nos llenan de buenos recuerdos. En otra, nos referiremos a la histórica urbe germana.
SERGIO ROJAS CARMONA –
Profesor Básico – Jefe de UTP Colegio Padre Joseph Stegmeier