Con verdadero agrado he leído los cuentos y relatos del libro “Mal de ojo y otras yerbas”, (2015), publicado por la agrupación literaria Liq Mallín de la ciudad de Ovalle.
La satisfacción se debe, en primer lugar, por ser el fruto estético de una agrupación cultural de hermosa voz ancestral que, como toda entidad cuyos afanes son la cultura y el arte, ha de luchar como el hidalgo manchego contra molinos de viento, en un mundo consumista que se satisface, a sí mismo, con el degradado espectáculo de la farándula y la superficialidad.
En segundo lugar, se trata de la creación de catorce autores coterráneos míos, por cuyas venas circula una historia común, el verdor de un valle generoso y una sabiduría legada por nuestros ancestros.
Finalmente, el placer surge de la lectura atenta y gratamente sorprendida de estos relatos donde se entremezclan tendencias costumbristas y modernas, realistas y fantásticas, prosas poéticas y lenguajes directos, cuentos cortos y largos; tonos coloquiales y otros de rancios abolengos; puntos de vista variados y certeros y una galería de personajes seductores con los que el lector ha de convivir en la intimidad mágica de la literatura. Entre estas virtudes, hay una que me produjo un intenso placer estético, el reencuentro con voces y locuciones queridas y añoradas que, como gemas preciosas, se conservaban al amparo de la memoria y la tradición y desde allí, han sido rescatadas, sabia y hábilmente, por estos creadores de Liq Mallín. ¡Qué de regalos lingüísticos trae este “Mal de Ojo”!
Como en toda antología, se aprecian experiencias y comienzos, seguridades y titubeos, destrezas consolidadas y en desarrollo, pero son estos los libros que hacen falta. Los que dan carta de ciudadanía a un país, a una región, a una ciudad. Chile lo obtuvo con la Araucana y la lista es larga. Una ciudad sin literatura es como un individuo sin identidad. Esta habrá de ser, aunque no se lo hayan propuesto, una de las funciones de este magnífico libro.
No puedo -como quisiera- referirme en extenso a cada una de estas creaciones, pero si puedo atestiguar que muchos cuentos del “Mal de Ojo y otras yerbas” tienen las condiciones que según Cortázar, maestro del relato corto, señala como imprescindibles del buen cuento: tensión, intensidad y significación. Digamos además, que la poiesis que para los griegos y para la filosofía moderna es momento de éxtasis que se produce cuando algo deja de ser una cosa para transformarse en otra o, al decir de Heidegger, “el florecer de la flor; la mariposa que emerge del capullo; la sonoridad del arroyo cuando la nieve se derrite” y … el nacimiento de unos polluelos de perdiz que rompen el cascarón para asomarse al mundo en el bosque de fray Jorge. Es lo que veo en muchos de sus cuentos, estimados coterráneos, poesía, y de la buena.
Finalmente, espero que este Mal de Ojo sea benéfico, y abra las entendederas de muchos lectores para que aprecien la belleza de la literatura cuando es expresión auténtica de la esencia del terruño materno.
Un abrazo.
Rolando Rojo Redoles.
Santiago, octubre 2015.