La enseñanza del “Hijo pródigo” (Lucas 15,11-31) nos lleva a reflexionar en nuestro actuar y la manera como actuamos ante hechos y situaciones que muchas veces nos incomodan en nuestra vida, como sucede con este hijo que se deja llevar por vivir una nueva vida que se aleja completamente de lo fundamental, para explorar nuevas situaciones que lo alejan de la enseñanza recibida.
En toda nuestra vida hay un hecho concreto en todo nuestro crecimiento como persona; hemos recibido correcciones tanto desde nuestros padres, de nuestros educadores, en donde hemos estado insertos en nuestra vida laboral.
El amor al hermano no se muestra sólo a través de palabras y actitudes amables y de alabanza, sino también cuando es necesario con una palabra de ánimo que llama a la corrección.
Al hermano que va por mal camino, se le debe poner en guardia y animarle amablemente a que recapacite, el modo de hacer esta corrección fraterna lo explica el mismo Jesús, comenzando por él dialogo personal de Tú a Tú, no hablando a espaldas, ni ventilando los defectos, sino de la corrección cara a cara sin agresividad, sino buscando el bien del hermano. Este deber de corregir al hermano que la tradición cristiana ha señalado siempre como una obra de misericordia.
Pero para esto debemos reconocer el mal causado porque soy débil y pedir con humildad que me perdonen esto requiere una valentía al poder reconocerlo.
Muchas veces nos creemos tan encima de otros y no reconocemos nuestras faltas, ni nuestras equivocaciones, soy perfecto o casi perfecto, con estas actitudes lo que producimos son rechazos, repudios y esto nos lleva a no practicar el perdón.
Debemos centrar nuestra vida y nuestros ojos en la actitud de nuestro Padre Dios y de su Hijo Jesucristo; el cual siempre va, en lograr de cada uno de nosotros actitudes que nos lleven a perdonar y ser perdonados para nuestro crecimiento como persona y por ende un buen seguidor de las enseñanzas que descubrimos en las Sagradas Escrituras.
En la modernidad en la estamos insertos no apreciamos en toda su magnitud el amor de Dios con cada uno de sus hijos. Él siempre nos va a acoger para levantarnos, nos va a perdonar para iniciar una nueva vida, nos va abrazar para no decaer en los esfuerzos por ser un ser humano de bien, impregnado de su amor, ese que cada día encontramos en su Hijo Jesucristo.
Hugo Ramírez Cordova.