InicioultimasOpiniónLos caminos de la vida.

Los caminos de la vida.

A veces me toca estar en situaciones inesperadas. Usted se preguntará sobre qué hablo. No mucho, la verdad. Sólo  de ir a tomar fotos a un concurso de belleza, de carácter nacional, realizado en Ovalle, y que era transmitido a la ciudad y al mundo mediante tecnología de punta.

Una ocasión inusual, sin duda, para este aprendiz que también intenta escribir con luz, es decir la fotografía. Un trabajo grato ante tanta beldad sonriente y encantadora. Y que además, por lo general, poseen el llamado ángel fotográfico. Así que ahí estaba yo, con mis cámaras semiprofesionales, dispuesto a retratar desde principio a fin el bello y esponjado evento.

Debo reconocer -eso sí- que yo NO estaba a la altura de las exigencias profesionales que la jornada requería. Me sentí en desventaja apenas llegué al lugar, alfombra roja incluida. Los que se movían como Pedro por su casa, eran los camarógrafos de televisión. Son de los programas de farándula, cuchicheaba una señorita, que se retocaba el pelo, por si alguna toma le daba unos segundos de fama. Y yo, versado en mis limitaciones, decidí acudir a mis ya curtidas pata y buche, para salir con dignidad del apremio. Me dije que la clave estaba en retratar a todo aquel y aquella que estas camaritas amigas enfocaran. Por lo tanto, – ¡no contaban con mi astucia! – me les pegué como chicle y estuve a su lado un buen rato, Mi problema no era menor: no conocía a nadie de las “estrellas” que entregaban su resplandor y rutilancia a los plebeyos y cerrucos ovallinos, yo incluido. Esto me pasa, me dije, en severo tono de reproche, por no ver jamás un programa de cultura farandulera.

De pronto, las luces televisivas se agitaron, los camarógrafos se movieron en pelotón, y yo con ellos, y se enfocaron en una señorita de torneadísimas piernas, suaves como cielo de primavera; escote rotundo de opulentos pechos, firmes y ¿operados? Vestido rojizo de alta costura, que respondía muy segura de sí misma las sesudas preguntas reporteriles. Yo me dedique a mirarla y tomé cuatro o cinco fotos a la señorita en cuestión. Alguien importante debe ser, me dije. Y tras las fotos,  vi que era la ocasión de traer algo de luz a mi oscuridad  en estas inéditas pistas, donde penosamente resbalaba. Ella refería con soltura de los requisitos que debe tener la reina a elegir. ¡¡Tate!!, me dije: ella es jurado. Y me dediqué con minucia de plebeyo ante la realeza a observarla: No muy alta, nervuda y atlética, seguramente horas y horas de trajín gimnástico y fitness mata grasa. Rostro agraciado, pero con una nariz que requería de un mago del bisturí. Pelo de largos bucles, teñidos, claro; manos finas y acicaladas, alguna joya en su cuello Y cierto donaire que la experiencia entrega. Luego supe que la dama en cuestión era una conocida profesional de las leyes, un jurisconsulto, con programa propio. Y yo, tan bruto, no la conocía.

Luego, en la creciente vorágine, nuevamente estampida de luces, turba de periodistas y yo a la siga. Esta vez, el blanco de la prensa era un tipo ya maduro, elegantón, no muy alto, que fue enfocado por las luces y cámaras, incluida la mía. Un acento galo me decía que estaba ante  un invitado internacional. Las señoras, que esperaban la apertura del salón de eventos, se arremolinaron inquietas y foforocas en torno al franchute. Y, quedando una vez más demostrada mi ignorancia, afiné la oreja cual espía  y escuché que era otra lumbrera televisiva, un cocinero de fuste que había venido hasta donde nadie como él había llegado. Esto se compone, me dije, Tenemos un Mesiè Chef de la Galia, que cocinará una delicia digna de los bellos paladares de las candidatas. Pero otra vez me equivocaba. El chef no venía con sus sartenes ni salsas, tampoco a dictar cátedras sobre budines  u otras delicias. No y no. Era otro de los jurados encargados de elegir a nuestra representante. Satisfecha mi infante sed de conocimiento, disparé acá y acuyá al galo.

Luego, nuevamente adrenalina y apretujón  en la prensa. Venía ella, la reina saliente. Alta, esbelta, muy bella, relajada, con un vestido blanco y fino que encandilaba, prenda que se le ajustaba como un guante  a su figura trabajada. Sonrisa como para iluminar el más gris de los días. Un escote profundo pero elegante. Nada de roterías y chuladas. Es la reina. Fotos nuevamente. Y luego, consigo que pose para mí y mi camarita cómplice. Esto marcha bien, me digo.

Tras ella asoma un individuo con un corpachón como de dos metros de altura, una masa de músculos afanados a brutalidad en sala de pesas y afines. Peinado moderno, traje azul. Y las féminas se alborotan, La feromonas flotan, ardientes, haciendo que la temperatura suba. Y yo,  con algo de experiencia en el cuerpo,  me digo que este portento de masculinidad debe ser otro enjambre de luz que llega a darle prestancia a la noche. Me acerco, y las doñas me miran feo ya que me les meto por delante con poca amabilidad, y zip zap con la cámara. Y le pregunto a una señora, que mira como en celo al galán, quién es ese individuo, con lo cual queda una vez más a la luz mi vergonzosa carencia de conocimientos. Ella me fulmina con la mirada y responde que es un modelo de apellido Shiflin o algo así. ¿A que no adivinan?… ¡Exacto!…También jurado. Un señor comenta a mi lado, como secreteándome, que los méritos curriculares de este mocetón son ser modelo de buen pellejo, y, su máximo y descollante aporte a la humanidad: ser habitual en realities de televisión. Y eso sería todo. Si era por eso, hasta yo podría haber sido jurado, me dice. Y claro, tiene razón.  Bajo ese prisma, hasta este “humirde” aprendiz puede también ser jurado. Yo también tengo lo mío: Una reguleque musculatura, no muy alto, eso sí. Pero además he leído un par de libros de poemas y otro par de cuentos, Y uno que otra novela. Creo que eso faculta a un hombre para ser jurado en cualquier concurso de belleza. ¿O no?

De las misses, del despliegue de primor y simpatía en el escenario, de las bellas, jóvenes e inmortales candidatas, creo las abordaré en otra ocasión.
En tanto, debo estudiar más. Por eso, ya no me pierdo programa farandulero. Nunca se sabe cuándo los caminos de la vida te pondrán en duro trance. Ja.

Wilfredo Castro
Escritor

OvalleHoy.cl