Salgo a recorrer las calles de esta ciudad y definitivamente siento que vivimos en un contraste continuo y a veces, hasta confuso. Una ciudad con brotes de modernidad, pero a la chilena, a medias.
Vemos una Alameda con aguas danzantes muy modernas, pero poblada de perros vagabundos e indigentes que nos recuerdan lo peor de la miseria humana (y a pocos parece importarles). Tenemos un paseo peatonal concebido como un “mal al aire libre”, con carnicería incluida; en él las grandes tiendas se instalaron y por fuera sólo son bloques incrustados sin sentido estético ni de pertenencia, fríos, sin vida.
La Avenida Costanera se veía tan linda en el diseño y hoy es una sequedad de desierto, con cada vez más basura arrojada a destajo y en algunos sectores con campamentos levantados cartón y carpas que hacen la veces de hogar para personas que poco tiene que ver con esta seudo modernidad. Acaso si lo más bello de esa Costanera sean los murales de esos pequeños miradores o descansos que deberían replicarse dentro de la ciudad , en los muros de las avenidas, en los paredes externas de los colegios, en los micros, ¡en los muros de esos edificios sin vida!.
Tenemos un Estadio Diaguita hermoso, pero no tenemos un equipo de futbol profesional. Ni hablar el sitio despoblado que está al costado del estadio, nadie se hace cargo y ahora es un surrealista lugar de escombros y palmeras. Y de nuestros antepasados diaguitas, con suerte una calle en la Población Limarí .
Somos una ciudad con cada vez más vehículos circulando, pero con la mismas calles angostas y en constante reparación. Y ya no hay donde estacionarse. Con esto ocurre un efecto interesante: muchos vehículos, pocos estacionamientos (y con la genial idea de prohibir estacionar en el centro, menos espacios para estacionar aun) nacen los emprendimientos, se derriban antiguas casas de adobe y se abren estacionamientos que deben ser una máquina de hacer dinero. Por ahí alguien dijo “¡que atroz, no se respetan el casco histórico de la ciudad!”. Como si a alguien le importara esas casas antiguas. Nadie regula nada, se construye y se destruye sin sentido. Después de todo “la reactivación económica es lo más importante” como dice alguien majaderamente por ahí.
Cuando pienso en ese desarrollo bipolar de Ovalle, este Ovayork multicultural y pos moderno me pregunto ¿cuándo comenzó a cambiar, a “crecer en modernidad”? ¿cuándo nos transformamos en una ciudad “moderna”? Paso por el Líder y pienso si acaso fue con la destrucción de la Estación de Ferrocarriles. Miro la Plaza se Armas (el Orfeón toca ahí, en ese “trébol” – que es lejos lo más feo de la Plaza- y pienso que quizás esa modernidad llegó con la construcción del edificio de Oficinas Públicas (otro bloque sin sentido) y la destrucción del Murito y la Plaza de la Juventud. ¿O fue con la llegada del Casino o del Open Plaza? ¿O se da ahora con la llegada de hermanos de otros países que decidieron comenzar una nueva aquí? Ahí hay otro contraste porque son ellos quienes nos recuerdan lo que se nos perdió en alguna parte: la buena educación, el respeto, los trajes de domingo, la amabilidad ( sólo vean la amabilidad con que atienden los médicos extranjeros)
En fin. Es hora de regresar y me pregunto ¿hacia dónde vamos como ciudad?
Habrá que esperar. Habrá que hacer algo. Habrá que cambiar.
K Ardiles Irarrázabal