“El círculo da la vuelta, y al terminar la vuelve a dar” ( Kevin Johansen)
En Lima está el Bar Juanitos, uno de mis lugares favoritos en el mundo. Es un bar viejo, de los más antiguos de Lima junto con el Cordano y los Queirolos. Está en la plaza de Barranco, punto emblemático de la bohemia limeña. Llegué a este bar paseando. Una amiga, limeña de adopción y francesa de nacimiento, me estaba mostrando la ciudad, y cuando pasamos por el Juanitos me lo describió como un bar antiguo, sin más. Yo tomé nota mental y esa noche estaba sentado en la barra. Pasé dos semanas en esa barra. Cielo alto, estantes de botellas por todos lados. Todo de madera. Mucha conversación y sin música ambiente. Un bar auténtico, sin pretensiones. La especialidad: los chilcanos y los sánguches de aceitunas, jamón del país y jamón del norte.
Conocí bastante gente, gente del barrio, inmigrantes italianos, españoles, árabes, argentinos; antropólogos, periodistas deportivos, artistas. Hablé y escuché de todo. Me enteré de la historia del bar, por ejemplo, por ahí pasaron ilustres personalidades: Vargas Llosa, Joaquín Sabina, Manu Chao y hasta el poeta beat Allen Ginsberg,
Un día entró Pedro, un parroquiano bajito, blanco, de lentes poto de botella, de rostro arrugado pero de actitud muy jovial. Entró preguntando si había un electricista ahí. Se sentó en una mesa que compartíamos dos personas y yo. Le pregunté por qué venía a buscar a un electricista al Juanitos. Él me respondió: “Porque este es el bar de mi barrio, dónde más lo voy a ir a buscar”.
El dueño y fundador del bar fue Juanito Casusol, yo lo alcancé a ver en el ocaso de su vida en esa mi primera visita a Lima. Sus hijos se hicieron cargo del bar y hasta hoy la tradición es que solo los Casusol se pueden poner tras la barra. Ahí estaba parado Rodolfo, uno de los hijos de Juan, del que me hice amigo. Noté que me tomó cariño de inmediato, generamos una relación de amistad breve y sincera. Rodolfo era un limeño de unos 60 años, criollo, de pelo negro y corto, de manos gruesas, bigote, levemente gordo, de voz firme y mirada amable. Trata muy bien a los artistas, me contaron, pero cuando se le cruza alguien… tú le caíste bien.
Por esos días había una ordenanza en Barranco, todo debía cerrar a la 1 de la mañana. Un honor fue para mí ser invitado por Rodolfo y los parroquianos para cuando bajaban la persiana y la tertulia continuaba adentro.
– Es un buen chico – decía uno.
– No es culpa de él – insistía otro.
– ¿Qué cosa? – preguntaba yo.
– Ser chileno Nacho – y se cagaban todos de la risa.
Yo preguntaba y preguntaba anécdotas e historias del bar, y los chilcanos le iban soltando la lengua a todos, y aparecían las guitarras, los valses y las rancheras. En eso Rodolfo me contó que el bar solo cerraba una vez cada cuatro años.
– ¿Para qué? – dije yo.
– Para el mundial, cerramos todo y nos vamos – replicó
– Nos vamos todos, antes era mucho mejor porque estaba Perú, hoy ya es diferente –
– Yo me perdí un mundial – completó Rodolfo.
– ¿Por qué? – le di pie.
– Para hacer el baño de mujeres, antes estaba prohibido que entraran mujeres y mi padre no estaba convencido de que entraran, así que tú y todos estos me tienen que agradecer a mí por todas las chicas que llegan acá- me contó con orgullo
– Aproveché que no había nadie para el mundial del 82 y cuando volvieron, el baño ya estaba hecho – continuó.
– ¿Y qué te dio por hacerlo a ti? Te perdiste el Mundial – pregunté
– Las mujeres, mis amigas, lo pedían y se lo merecían, era justo –
– ¿Qué cosa es más importante que eso? –
– Además yo quería que entraran, nada mejor que ellas – cerró con una media sonrisa.
El Mundial del 82 fue el último mundial al que Perú asistió antes de su vuelta en Rusia 2018. A Rodolfo le gustaba mucho el fútbol. Vibraba con la selección comandada por Teófilo Cubillas en los años 70 hasta el 82. Pero él prefirió el baño de mujeres al último mundial de ese equipo de sus sueños. Sabe que eligió bien, era un lúcido adelantado. Por eso en estos días de mundial, feminismo y de Perú en la Copa no puedo dejar de pensar lo feliz que sería mi amigo. Hubiese sufrido el penal errado por Cueva y gozado los goles Carrillo y Paolo. Rodolfo murió de un ataque al corazón hace algunos años. No volvió a ver a Perú en un mundial, ni tampoco a presenciar el renacer del movimiento feminista. Aunque esos dos sueños, mi amigo ya los había vivido.
Ignacio González Mas
Periodista