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Ana González, “Verdad y Justicia, nada más… pero nada menos”.  

Hoy debe ser un día feliz para ti. Sí, para ti. A ti te digo, no te me hagas. Debe ser un día prístino en medio de tus polutos tormentos con los que duermes cada noche aunque digas que no es así.

Debes estar feliz porque seguramente era una piedra en el zapato, una astilla en el ojo, un ají en alguna parte indeseable de tu cuerpo. Sí, tú. Debes estar sonriendo satisfecho/a, carcajeando como un jilguero en el más virgen de los bosques.

Tu que alardeas por doquier haber sido parte del dolor, la ignominia, la deshonra, debes verte al espejo ahora mismo solazándote. Porque de seguro que haya muerto Ana González no te es indiferente, después de todo fuiste parte importante de ese dolor inconcebible que le causaron, de esa pena infame e injusta que no se borró con nada, con nadie, jamás. 

Sí tú, no te me hagas el (la) de las chacras, como diría mi abuelo, pues si no estuviste ahí, igual aplaudiste la tortura, justificaste los asesinatos y aun hoy, desde tu trono inaccesible, desde la comodidad de tu living o desde lo que sea tu zona de confort, te reconoces ferviente admirador(a)  de aquellos. Sí, asume que sonríes con la partida de esa mujer que murió buscando y esperando que los cuervos con galones dorados dijeran la verdad. 

Una mujer que arrastró un dolor que ni tú, ni tus hijos(as), ni tus nietos ni toda tu gente unida podrían soportar. ¿Has imaginado el dolor que asesinen a tus hijos(as), a tu esposo(a), a tu nuera y a tu nieto(a) el mismo día?. Debe ser terrible. Tú te volverías loco(a); no lo soportarías.

Así de simple.  Porque no tienes (no tenemos, de hecho) la entereza ni el alma que tuvo ella para aguantar, para luchar literalmente hasta su último aliento por saber una puta verdad que tú y los tuyos no son capaces de admitir.   Debes estar feliz de que la mujer emblema del dolor que nos dio el régimen que tanto admiras se haya ido y se haya ido sin sanar su herida, sin haber vuelto a abrazar a sus seres más queridos, sin saber dónde están. Debes estar feliz de haber causado ese daño eterno. Más daño. Otra vez.

Ah!! pero también debes sentir una rabia perturbadora ¿no? Debes escuchar, ver y leer la noticia por todas partes: en todo los canales, en todos los periódicos, en los diarios de todo el mundo le rinden homenaje, le dedican mensajes, versos y canciones, le llueven flores, le hacen murales, si una estatua deberán levantar en su honor y seguro si hay un dios, de rodillas la debe haber recibido y a ella sí que a su diestra la debe haber puesto.

Todo eso a ti te debe dar urticaria, por decirlo suavemente. Ya quisieras tú homenajes así; ya quisieras tú tener esa alma de acero indomable y esa sonrisa acogedora después de vivir un sufrimiento como el que le dieron. Ya quisieras que te admiran de esa forma; porque será ella y todo lo que simboliza quien permanezca eterna, la que estará en los libros de historia como una heroína invencible, porque no la pudiste vencer ni aun quitándole todo lo que le arrebataste y será ella y no tú quien sea ejemplo de vida con su sufrimiento y su obra.

Que sentimientos encontrados debes tener. Sí, tú.

Y para Ana González las infinitas gracias porque de seguro seguirá allá, con el puño en alto, con la mirada suave y la esperanza como estandarte para pedir como dijo alguna vez:

“Verdad y Justicia, nada más… pero nada menos”.

K Ardiles Irarrázabal  

Columnista

OvalleHoy.cl