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¿Por qué Cerati?

Si durante los ‘60 la llamada “Invasión Británica” congregó en EE.UU a decenas de grupos que abrieron el rock & roll hacia posibilidades entonces insospechadas, durante los ’80 y a nivel latinoamericano, una banda abrió nuevas perspectivas de proyección al tiempo que hizo entender al resto que producción y calidad musical eran (son) dos elementos indisolubles. Aquella banda fue Soda Stereo.

Bajo el escenario, Soda (con Cerati a la cabeza) nos enseñó cómo abrir mercado dentro de la heterogénea y compleja industria latina; sobre él, una obra de la cual se han servido muchos (fans y músicos) pero al mismo tiempo prácticamente nadie ha podido reproducir en serie ya que no hay estilo ni formula probable en Cerati; puede uno tomar timbres vocales, efectos o rasgueos, aun así seguiremos estando lejos de continuar integralmente uno de los caminos musicales más innovadores y masivos de los últimos 30 años.
Por qué Cerati? Existen para esa pregunta muchas razones. Si atendemos a las musicales, cada un@ puede escoger. Está su sonido, su voz, su forma de componer, sus inolvidables canciones y discos, las arrasadoras presentaciones en vivo.
Cuando me llega la pregunta en reuniones sociales (donde siempre hay más de un fanático), más de algún purista arruga la nariz cuando comento entusiasmado que el tema que me voló la cabeza no es uno original de él aunque luego de la grabación parece que lo fuera, me refiero a “Tráeme la noche”.  Reconozco que en “Dynamo” (1992), con Soda y en “Bocanada”(1999) o “11 Episodios Sinfónicos” (2001), ya en solitario, disfruto trabajos musicalmente perfectos y de cabecera, pero su aporte para el disco Tributo a The Police grabado en 1998 puede ser un buen resumen, dentro y fuera del estudio, de su estatura y dimensión.
Fue a la salida de un concierto que el grupo británico dio en la Argentina durante el ´82 cuando Gustavo y Zeta decidieron armar Soda. El impacto había sido seminal. 22 años más tarde ahí estaba Cerati parado frente al mismo Andy Summer interpretando una canción hasta hacerla genuinamente propia: el cover de un reggae transformado en rock, pero en clave pop y con una base rítmica que perfectamente nos remite a la electrónica. Cerati todo en uno, tomando una discreta canción, arreglándola, cantándola, pidiendo tocar el bajo y grabando la guitarra acústica porque el mismo Summer no podía con el ritmo. La visión y el talento cerrando un círculo.
Cuentan los que saben que la cantidad de ideas con las que Cerati emprendía cada proyecto era abrumadora, participando prácticamente en todas las etapas del proceso. Según Adrian Taverna, su eterno sonidista, Cerati “era un estudioso, un músico completo”. Charly García lo definió como un “arquitecto del sonido”.
Su adelantada preocupación por la producción musical y artística (no por nada uno de los que fuera considerado “el cuarto Soda”, Alfredo Lois, fue artista a cargo de la estética del grupo, desde los peinados hasta las visuales) junto con su constante experimentación son elementos que tomo para trazar un camino (uno de tantos) por donde recorrer la enorme influencia de Cerati para la música latinoamericana.
Las primeras lecciones de guitarra Gustavo las tomó de profesores que admiraban a Atahualpa Yupanqui, de ahí que las vidalas y las sambas fueran el inicio de una historia que terminó bien lejos de todo ello pero al mismo tiempo fueron un punto a donde siempre necesitó volver. Como Cortázar escribiendo sus libros sobre Argentina (o con argentinos) cuando ya ni la R la podía pronunciar sin acento francés; o Raúl Ruiz, diciendo que todas sus películas trataban a su manera sobre Chile a pesar de que desde su exilio en 1973 no filmó en su país en casi 30 años.
Según Cerati, igualmente en toda su obra hay guiños al Folcklore; y esa confesión traspasa la simple evidencia de canciones como “Raiz”, “Cactus” o sus espectaculares colaboraciones vocales con Leda Valladares para “Grito en el cielo” (que dicho sea de paso tiene un maravilloso arreglo vocal junto a Pedro Aznar en el temazo “En otro poder”). El mismo Cerati, contaba que al escuchar a Domingo Cura tocar el bombo en directo cuando la grabación de “Sulky” tuvo la misma revelación que al oir por primera vez el Drum & Bass, lo cual no es para nada poco decir en su obra.
Sus pasos siempre fueron en constante experimentación y riesgo. Plantarse al mundo con esa estética ochentera un tanto andrógina para el ojo medio fue exponerse al bullyng que todavía no se llamaba así pero que igualmente sufrió de sectores conservadores, dentro y fuera de la música. Al trío le dieron duro (le colgaron rivalidades falsas con Sumo o Los Redondos), fueron tildados de banales, desechables y  frívolos, no obstante se consolidó como una súper banda en el circuito internacional debido a su proyecto, que iba sin duda más allá de la música
Soda Stereo fue la primera banda iberoamericana de rock en proyectar y concretar la externalización de mercado. En menos de 5 años ya giraban por todo Latinoamérica rompiendo récords de asistencia y acabando con los prejuicios en base a shows espectaculares.
Cerati nos liberó del prejuicio, con el rock latino y con la estética. Tras los ojos delineados y los raros peinados nuevos, el mismo Charly García lo anduvo buscando a mitad de los ochenta para grabar. Pero los acotados tiempos de García (debido a su primera internación médica), sumado a que, fiel a sus riesgos, Cerati prefirió seguir atendiendo a Soda, nos privaron del súper grupo con Pedro Aznar y lo que quién sabe qué habría surgido de ese “Tango 3” fallido.
Algunos se demoraron un poco más y revaloraron las canciones ochenteras de Cerati recién 10 o 20 años más tarde tal y como ocurre con los primeros álbumes en la discografía de The Beatles una vez comprendida la grandeza del “Sargent Peppers” o el “Abbey Road”. Germinados y atrapados, en la sonoridad propia de una época, los discos que van desde “Soda Stereo” (1984) hasta “Doble Vida” (1988) emergen de pronto al asombro como escuchados por primera vez a pesar de la paradoja ser himnos de generaciones enteras.
20 años también se demoró Jorge González en reconocer que sus palabrotas hacia Soda en los ochenta eran en realidad producto de la envidia. En “Maldito Sudaca” confiesa, “yo siempre admiré a Gustavo Cerati, a Charly Alberti y a Zeta Bossio, porque eran unos capos. Les teníamos envidia porque nos volaron la raja. Ellos fueron famosos en toda Sudamérica y nosotros queríamos ser eso y no lo fuimos”.
Pero hay más: “Yo hablaba mal de Soda Stereo, porque después de un recital, se iban en una van con puras Miss Chile al hotel ¿cachai? (…) A nosotros se nos acercaban unos tipos transpirados en la onda ‘Eh, Prisioneros y la hueva’ (…) queríamos las minas ricas, no la pomada social después del concierto”. Rescatada la anécdota, su arrastre amoroso no es algo que me interesa seguir aquí.
No más profundas pero sí más importantes son para mí las razones emocionales. Mi generación y la anterior crecieron junto al fenómeno del rock latino como una cuestionada válvula de escape al horror y las tinieblas de la dictadura. Era prácticamente lo único joven que circulaba en los medios de comunicación debido a la aparente neutralidad de sus líricas. Es cierto que mucho de toda esa etiqueta comercial era efectivamente algo insulso, pero una segunda lectura nos dejó ver talentos como el de Cerati. Sólo algunos sobrevivieron a la moda cuando el mercado acusó desgaste y hubo que cambiar el rumbo.
Lo realizado en los próximos 20 años fue para Cerati la confirmación, no sólo de que existía un camino fuera de Soda (comenzó a grabar en solitario o en colaboraciones desde 1992) si no que ese camino lo definía como un compositor y músico superlativo dentro del exigente mercado argentino y del heterogéneo mercado iberoamericano. Desde entonces y desde siempre, salvo quizás con los dos primeros discos de Soda, Cerati nunca repitió la fórmula aun cuando ciertas sonoridades pretendan afirmar lo contrario.
La multiforme influencia que tomó Cerati es al mismo tiempo la que deja. Si en una línea de tiempo fue capaz de unir a Yupanqui junto con The Cure, merece cada uno de los aplausos viniendo de épocas donde ni conservadores ni liberales permitían eso.
Siempre fue ese el tono mayor de su obra. La creatividad, la apertura y el riesgo. Un alumno a distancia de la Tropicalismo brasilero. Importó una estética y un sonido británicos y devolvió hacia el mundo algo que perfectamente podría haber sido un gaucho con sus boleadoras como samplers golpeando sintetizadores y guitarras eléctricas. El niño cuyas primeras lecciones de guitarra eran sambas y vidalas, se convirtió en el rockero más electrónico y eléctrico (ecléctico) de toda la Argentina, un país donde el rock suele ser rock y punto.
Conocida la historia, trazar un mapa que delimite la enorme influencia de la obra de Cerati es al mismo tiempo un homenaje y una trampa. Músicos como él trascienden sus propias fronteras, son mucho más grandes que sus magníficas canciones, a la manera de Veloso, Byrne o Patton. Su carácter los convierte en obras en sí misma, abiertas, en constante y pura (o impura) fluidez.
Si la influencia de Cerati puede hallarse en ámbitos tan distantes como los de Lucybell o Shakira, y su registro en colaboraciones con Bajo Fondo o Leda Valladares, ¿Hasta dónde llega(ría) Cerati? Tramposa pregunta que siempre nos termina pisando la cola, para volver a pensar en su impacto mejor a la manera de los astros que abarcando el universo son capaces de influir con su luz y sus movimientos en el ritmo y tiempo de prácticamente todas las cosas terrenales vivas.
Por Rodrigo Acuña Bravo*
*El autor es periodista y publica sus fotografías y escritos enwww.lucesysombrasblog.blogspot.com
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