A menudo me pregunto, si tenemos la certeza de que un día vamos a morir, ¿por qué persistimos en hacer lo que no queremos?, ¿por qué permanecemos donde no somos felices?, ¿por qué aguantamos trabajos que no nos gustan?
El miedo a perder el control nos vuelve conformistas, nos inmoviliza, y nos arrellana en una zona de confort que poco tiene de confortable, sólo es conocida y manejable.
Los tiempos actuales nos han enseñado a ser felices sólo si tenemos nuestras necesidades materiales cubiertas, pero en ese intento muchas veces postergamos nuestra alma, nuestro inherente deseo de libertad, nuestra alegría, y olvidamos que no somos eternos.
¿Cuántos sueños postergados nos llevaremos a la tumba?
Somos obras en constante construcción, en constante cambio, por tanto, lo que nos satisfizo un día puede que ya no se corresponda con quienes somos hoy. Bajo esa premisa, no hay nada más antinatural que la estabilidad y la permanencia.
¿Qué tal si un día soltamos el control y renunciamos a todo? A ver qué pasa.
Leí por ahí que la espontaneidad conoce su propia disciplina.
Que la vida nos sorprenda.
Patricia Badilla
Escritora