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Si alguien mereció un monumento fue mi suegro

No porque hubiera sido un general que ganó batallas, un estadista, o una figura política distinguida. No. Sino porque fue un hombre humilde y un hombre bueno, de esos que hoy es tan difícil encontrar .

Proveniente de una familia humilde, campesina, había nacido hace casi 97 años y creció en el sector de El Trapiche desarrollando labores agrícola. Entretanto contrajo nupcias, (por la iglesia y la libreta, como debía ser), con mi suegra, doña Graciela del Carmen Ibacache, la Chelita, una mujer excepcional. Del matrimonio nacieron OCHO HIJOS, a los que mantuvo con el sueldo de obrero agrícola, con cultivos a medias en terrenos que le cedían sus patrones eventuales. O criando terneros que bautizaba con nombres peculiares: “Cocina”, refrigerador, etc, según el artefacto que hacía falta para la casa y que compraban con su venta

Los crió a los hijos con mano recta y a veces severa, y no obstante sus escasos ingresos familiares, les dio la formación hasta donde les dio la cabeza. Incluida la educación superior.

Y, y bajo la mirada fuerte del padre y cariñosa de la madre,  ninguno se fue por el lado equivocado, por falta de oportunidades, como se suele excusar ahora a aquellos jóvenes que se van por el lado de las sombras bajo las mismas circunstancias.

Y vivió en el campo hasta que llegó el momento de la jubilación, viniéndose finalmente a la ciudad para arrancharse en una casa que él mismo compró con sus esfuerzos en la población Fray Jorge.

Le costó acostumbrarse, sin embargo, a la falta de actividad y a la vida citadina.

Para sobrellevar la transición, lo primero que hizo fue construir a su esposa un horno de barro en el patio de la casa, para que ella elaborara exquisitas empanadas caldúas, y el pan artesanal.  Hasta que los vecinos reclamaron por el ruido del hacha cuando cortaba leña en el patio de la casa y el humo del horno.

“¡No descansai ni los domingos viejo…. ¡”, le  gritaban.

A las seis de la mañana estaba en pie y cuando salía a barrer la acera frente a la casa veía con asombro alrededor una ciudad dormida.

Luego se entraba a calentar el brasero para que cuando mi suegra se levantara unos minutos más tarde tenerle la tetera y las churrascas listas. Y el mate.

Era asimismo un ejemplo de civismo y consecuencia

Hasta los 94 años quiso levantarse en la última elección para ir expresar su opinión en la urnas. Por un socialista, por supuesto, intransable. 

Su único defecto (alguno debía tener, ¿no?) es que era hincha de la U y mantenía colgando en la pared en la cabecera de su cama una chalina del chuncho, la que se fue con él al marcharse. No se perdía partido en la televisión , y solía estar de mal humor durante el resto de la semana cuando perdía el equipo.

“No pase tantas rabias suegro ¡Porqué mejor no se cambia de equipo, ah?”, lo cargaba yo.

¡Cuántos años de discusiones por esta causa!

Cuando partió prematuramente su hija menor, la “Lalita”,  y la compañera de toda la vida en seguida, aunque rodeado del cariño de sus hijos y la adoración de sus nietos, se fue apagando lentamente.

Y sobrellevó el resto de su existencia de manera estoica, protestando a viva voz por todo, literalmente “puteando” a medio mundo, hasta que el pasado lunes en las primeras horas de la mañana, dejó de existir.

El martes 21 de mayo ¡Qué fecha más simbólica! fue sepultado en el Cementerio de La Placa luego de una misa efectuada en la capilla del Trapiche, donde fue acompañado por el respeto de toda la comunidad que aun a tantos años de su partida lo recordaba con afecto y admiración.

Es que a los hombres buenos difícilmente se les olvida.

Siempre dije que mi suegro merecía que le levantaran un monumento.

Porque para construir esta sociedad sobre fundamentos sólidos no se necesita ir por ahí ganando batallas, gobernado o discurseando en el Parlamento, sino solo basta con ser recto y consecuente con sus valores.

Como él.

Mario Banic Illanes

Su yerno orgulloso

Sus nietas se disputaban su cariño.
OvalleHoy.cl