Pasado el sábado, al aclarar el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a visitar el sepulcro. De repente se produjo un violento temblor: el Ángel del Señor bajó del cielo, se dirigió al sepulcro, hizo rodar la piedra de entrada y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el relámpago y sus ropas blancas como la nieve. Al ver al Ángel, los guardias temblaron de miedo y se quedaron como muertos.
El Ángel dijo a las mujeres: Ustedes no tienen por qué temer. Yo sé que buscan a Jesús, que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, tal como lo había anunciado. Vengan a ver el lugar donde lo habían puesto, pero vuelvan enseguida y digan a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y ya se les adelanta camino a Galilea. Allí lo verán ustedes. Con esto ya se lo dije todo.
Ellas se fueron al instante del sepulcro con temor, pero con una gran alegría inmensa a la vez, y corrieron a llevar la noticia a los discípulos.
En eso Jesús les salió al encuentro en el camino y les dijo: “Paz a ustedes”. Las mujeres se acercaron, se abrazaron a sus pies y lo adoraron. Jesús les dijo: “No tengan miedo. Vayan ahora y digan a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allí me verán”.
La esperanza de los discípulos se había quedado sepultada en la tumba del ajusticiado. Por eso las apariciones no hay que tomarlas como pruebas teológicas de la resurrección, sino como señales de un proceso espiritual de fe. Casi todas las apariciones contienen una o varias frases en las que expresa con tristeza la falta de fe de los discípulos. Cuando las mujeres fueron donde los discípulos a contarles su experiencia de resurrección a ellos les parecieron desatinos de mujeres todas esas palabras y no les quisieron creer. La fe en la Resurrección es una realidad honda, personal, misteriosa. A ella se llega por ese proceso que, por comprometer a la libertad humana y a la gracia divina, se convierte en un camino que desborda toda lógica. Resurrección es agradecer los hermosos dones gratuitos de Dios que rodean nuestra existencia.
El Padre no abandonó a su Hijo en la muerte sino que lo resucitó a la nueva vida y lo recibió en su gloria. El proyecto que tenían las mujeres de embalsamar a Jesús, ha sido desbordado por el acontecimiento de la resurrección. El mensaje de los seres vestidos de blanco les orienta en otra dirección: no es posible buscar a Jesús entre los muertos porque está vivo. La presencia de las mujeres en el Calvario y durante la sepultura pone de relieve la ausencia de los discípulos. Estos han huido ante el peligro, mientras que las mujeres estaban allí. El anuncio que reciben las mujeres es el mismo que recibimos los cristianos de todos los tiempos. Jesús oculto a los ojos de la humanidad, vive gloriosamente con Dios su Padre, y está cerca de quienes creemos en él.
No nos fijamos en el proceso personal o comunitario de la fe que lucha por abrirse paso entre dudas y dificultades, hasta llegar al convencimiento de que Jesús está vivo porque lo sienten en su interior.
Frente al testimonio interior de que Jesús está vivo, ya no vale la pena estar pendiente del sepulcro vacío.
El misterio Pascual de Cristo nos invita a hacer realidad la vida nueva que Jesús de Nazareth nos propuso. Todos nosotros podemos pasar de la esclavitud a la libertad, del temor a la seguridad, de las tinieblas a la luz, con la seguridad de quien venció definitivamente la muerte, nos acompaña en el trabajo por hacer cada día un país más humano, un país que dejemos atrás las desigualdades, un país más fraterno, un país consiente de las dificultades económicas que viven tantas personas, un país consciente de la fragilidad humana, un país preocupado y responsable por la salud de las personas.
Los símbolos de la Vigilia Pascual nos permiten renovar nuestra fe y encender el cirio pascual de nuestra esperanza.
Hugo Ramírez Cordova.