«Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas…». George Orwell, 1984.
Tomás Moro pensó en 1516 en su obra “Libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus, de optimo reipublicae statu, deque nova insula Utopi”, en un modelo de sociedad ideal, quizás no del todo perfecta por ser una obra humana, pero reduciendo a un mínimo ciertos males de la humanidad como los crímenes, la violencia y la pobreza.
Utopía, este “no-lugar”, la representación imaginativa de una sociedad futura, ideal, justa, con un gobierno político perfecto e idealizado favorecedor del bien humano es, dada nuestra condición y naturaleza humana, imposible.
Distopía, ese “mal lugar”, esa sociedad ficticia indeseable en sí misma por su deshumanización, lugar donde reina la injusticia, la crueldad y la alienación moral, es más cercana a nuestra realidad que la utopía.
El mundo neoliberal es una realidad distopía que ha causado la alienación humana, donde el trabajador no es una persona en sí misma sino una mercancía, equivalente a una determinada cantidad de dinero utilizable para la multiplicación del mismo. Luego, esta alienación económica da origen a la alienación política, y causa la alienación religiosa.
Desde la dictadura Pinochet-oligarquía chilena, hemos vivido en una distopía neoliberal. El “milagro chileno” como lo llamó Milton Friedman convirtió al país en un Estado Subsidiario, y entre las muchas nefastas privatizaciones que inspiró el modelo de los Chicago Boys, se produjo un daño inmensurable en la salud pública.
Llegó el virus Sars-CoV-2, y la enfermedad que este causa llamada Covid-19, y el Estado Subsidiario del modelo neoliberal entró en crisis, quedaron al descubiertos sus falencias y sus abusos, particularmente en materia de salud pública, entonces, ¿dónde quedó el “Oasis” neoliberal de Piñera?. La lógica de mercado, guarda un silencio cómplice puesto que sabe, de manera inconfesa, que es incapaz de dar respuesta y solución al problema del cuidado de la salud y a la protección de la vida.
La distopía neoliberal, ha llevado a la condición humana a pensar – manipulando las mentes del pueblo – que el dinero cumple una función darwiniana en las sociedades, decidiendo sobre la vida y la muerte, instaurando así una Necropolítica.
El filósofo camerunés Achille Mbembe, quién desarrolló el concepto de Necropolítica, ha señalado “el capitalismo tiene como función genética la producción de razas, que son clases al mismo tiempo. La raza no es solamente un suplemento del capitalismo, sino algo inscrito en su desarrollo genético”.
Así la Necropolítica está en conexión con el concepto de necroeconomía, puesto que, explica Mbembe, “el sistema capitalista se basa en la distribución desigual de la oportunidad de vivir o morir. Los que no tiene valor pueden ser descartados. Esta lógica de sacrificio siempre ha estado en el corazón del neoliberalismo – necroliberalismo -.
Para la política del necroliberalismo, la vida es objeto de cálculos, por consiguiente, las vidas de quienes no son rentables para el poder son excluidas del modelo pues no participan en la producción y el consumo, son vidas que no tienen valor y se implementan políticas en las que se van muriendo aquellos que resultan desechables.
Hemos perdido la capacidad de asombro ante la necropolítica del modelo neoliberal, hemos normalizado que los quintrales del poder en el Estado decidan quienes merecen o no seguir siendo parte de la sociedad. Se ha mutado hacia una forma elegante de genocidio, puesto que el Estado ya no se inspira en un “hacer vivir” sino en un “dejar morir”.
El capitalismo ha llevado al mundo hacia la distopía necropolítica, haciendo del ser humano una mercancía desechable, un habitante de un “mal lugar” de “alienación humana” condicionado a un “dejar morir”.
El filósofo defensor del realismo científico y promotor de la filosofía exacta Mario Bunge, de manera inteligente y categórica sostuvo: “El capitalismo ha tenido sus méritos históricos, pero es moralmente insostenible”.
Por Carlos Francisco Ortiz