Estas festividades de septiembre se remontan a inicios del siglo XIX, es decir, desde el periodo de la Independencia. Pero antes de 1830, la celebración se realizaba en la fecha del 12 de febrero, en que se celebraba el triunfo de la Batalla de Chacabuco. Posteriormente se decide cambiar la fecha para conmemorar el momento en que, un grupo de criollos (unos a favor y otros en contra), juraron fidelidad al monarca cautivo Fernando VII, a quien se le consideraba el legitimo heredero al trono y se comprometían a gobernar el Reyno mientras se restablecía el orden en España.
Con el tiempo, los partidarios de la Independencia fueron muchos y después de variadas acciones y pronunciamientos políticos nos llevaron a establecer una República independiente que conservamos hasta hoy y, que esperamos, por el bien del país, continuemos siendo una República independiente y soberana, que nos fue legada con grandes sacrificios, que es lo que estamos recordando en estas fiestas.
El Chile de hoy, como resultado de una Historia de casi 500 años, está constituido por un, aproximadamente, 92% de mestizos, provenientes del aporte de diferentes razas o etnias, siendo la principal de ellas, el mestizaje producido durante el periodo colonial fundamentalmente entre hombres españoles y mujeres indígenas, mezcla que da origen al “roto chileno”, que reconoce como sus símbolos patrios la Bandera Chilena, el Escudo Patrio, la Canción Nacional y las instituciones republicanas. Que mejor prueba de ello ver nuestras casas y calles luciendo orgullosas esa bandera que es obra de nuestra Historia y no otras que son obra de mentes ideologizadas y carentes de una identidad Nacional.
Habría que preguntarse, ¿Quiénes deben prevalecer en mantener la institucionalidad en Chile?
Es necesario remitirse a parte del documento conocido como “Catecismo Político Cristiano” de “José Amor de la Patria”, el cual circulo en los días previos al Cabildo Abierto, para entender, por qué los habitantes de esta tierra se inclinaron por una forma de gobierno. Allí, se recordaba los principios jurídicos que unía a los territorios coloniales americanos directamente a la persona del Rey e insistía en su capacidad para darse un gobierno propio en ausencia de éste. “A la pregunta: ¿Cuál de estos gobiernos es el mejor para que los hombres sean libres y felices? La Respuesta: El gobierno despótico es mil veces peor que la peste misma, es la ignominia, es la afrenta de los hombres esclavos y envilecidos que lo sufren y lo permiten.
El gobierno monárquico o de un Rey que obedece a la Ley y a la constitución es un yugo menos pesado; pero que pesa demasiado sobre los miserables mortales…
El gobierno republicano, el democrático en que manda el pueblo por medio de sus representantes o diputados que elige, es el único que conserva la dignidad y majestad del pueblo, es el que más se acerca, y el que menos aparta a los hombres de la primitiva igualdad que los ha creado el Dios omnipotente, es el menos expuesto a los horrores del despotismo y de la arbitrariedad, es el más suave, el más moderado, el más libre y es, por consiguiente, el mejor para hacer felices a los vivientes racionales…”
Octavio Álvarez C.
