Termino de leer una novela de Andrea Camilleri, el prestigioso autor italiano de novelas policiales y creador del no menos destacado Comisario Salvo Montalbano.
Se trata de Un Giro Decisivo (Il giro di boa) publicada en el año 2003, hace casi veinte años, pero que aborda un tema dolorosamente de actualidad: la inmigración.
Moltalbano, de manera fortuita, tropieza con un caso de tráfico de inmigrantes provenientes de Marruecos, Argelia, Turquía, Túnez, etc., que se suman a los que llegan desde países de la desmembrada ex URSS, personas que huyen de la realidad social, política y económica de sus lugares de origen, probando suerte en países del Primer Mundo.
Son personas que suben a una barca, del otro lado del Mediterráneo y se arriesgan a morir ahogados, de enfermedad o de hambre y sed, buscando un mejor futuro para sus familias, sin saber realmente lo que les aguarda. Muchos perecen en el intento, en tanto la prensa internacional cada cierto tiempo da cuenta del hallazgo de una de estas embarcaciones a la deriva con cientos de hombres, mujeres y niños en precarias condiciones
Esa es una realidad que hasta hace no mucho tiempo creíamos lejana, pero que en los últimos años ha venido a golpear nuestras puertas, con cientos, miles de personas que vienen desde Colombia, Venezuela, Cuba, Ecuador y Haití, llegadas por distintos medios, atravesando toda la larga geografía sudamericana.
No pocos de ellos son profesionales – médicos, enfermeros, periodistas, etc – que han venido a ser un aporte a nuestra sociedad, otros se han incorporado como empleados de comercio, muy apreciados por el trato afable con los clientes, en tanto la mayoría se han incorporado a labores agrícolas, utilizados como mano de obra barata por empresarios que buscan sustituir la mano de obra nacional. Recordemos esos episodios de aviones chárter llegados, entre gallos y medianoche, desde Haití con personas de esa nacionalidad que luego abordaban buses con destino desconocido y cuya presencia nunca fue aclarada de manera razonable: ¿Turismo o tráfico de personas?.
La otra cara: una porción minoritaria, han sido tentados por el comercio sexual, otros son “mendigos profesionales», personas que viven en la calle sin mostrar intención de superar esa condición, y unos pocos son delincuentes que huyen de la justicia de sus países y reinciden en el nuestro.
Están frescas también – más recientes – esas imágenes de la llegada masiva de inmigrantes ilegales a Colchane, en el extremo norte del país, provenientes en su mayoría de Venezuela, duplicando a la pequeña población local, con los conflictos que eso trajo por el choque cultural .
En la actualidad, el fenómeno de la inmigración es observado con recelo por los “chilenos”, que olvidan que nuestra nacionalidad está constituida por una mezcla de nacionalidades, que formaron parte de otros procesos migratorios de comienzos del siglo pasado: españoles, mallorquinos, franceses, alemanes, italianos, yugoeslavos y especialmente palestinos .
Mi abuelo paterno, a comienzos del siglo XX llegó a Chile proveniente de la antigua Yugoeslavia, huyendo de las guerras de su sector que asolaban Europa, y de la Primera Gran Guerra. Pablo Neruda, en el mítico Winnipeg, trajo a los emigrantes españoles que huían de la Guerra Civil Española. Vicente Pérez Rosales por su parte contribuyó con los alemanes a la colonización del sur del país. Asimismo desde medio oriente llegaron en su momento emigrantes Palestinos, Sirios, Líbaneses, de Israel. Y así. Chile podría ser considerado un crisol de razas mezcladas con los pueblos originarios.
El que esté libre de sangre extranjera que lance la primera piedra.
Por otra parte, nos olvidamos de esa otra corriente migratoria inversa que se vivió luego del golpe militar del año 1973 cuando miles de chilenos, beneficiados por la “Beca Pinochet”, se vieron forzados a abandonar el país huyendo de la dictadura y del exterminio para buscar refugio en otros países que los acogieron solidarios.
Yo estoy orgulloso de ser amigo de decenas de extranjeros llegados en los últimos años que están en proceso de integrar este variopinto tinglado social, desde el médico venezolano que te atiende en el consultorio del barrio (que ha venido a llenar el cupo que médicos chilenos despreciaron en su momento por muy baja remuneración), o esa colombiana que te saluda alegremente al pasar “¿Cómo estás papi?”, y se aleja, con su colorida vestimenta y cimbrando la cintura calle arriba, entre un enjambre de grisáceos transeúntes que la observan con una cuota de admiración o de reproche. Es que incluso nos han enseñados a vestirnos, abandonando esos trajes grises y oscuros que solíamos usar hasta no hace mucho tiempo.
M.B.I.