Hoy al mediodía sonó el teléfono de la casa y la Gorda, mi esposa, se apresuró a contestar.
– Quien habla? – preguntó al no reconocer de primera la voz que estaba al otro lado de la línea.
– Tía soy yo, su sobrino regalón.
– ¡Jaimito… tanto tiempo hijo!
– – Sí tía, es que ¿sabe? tengo ahora un problema…
– ¡Pero mijito… ¿Cómo está su mamá, que tanto tiempo tampoco sé de ella..
– Ahí está la mamá, tía, pero ¿sabe? Tengo un problema. Es que resulta que atropellé a…
– ¿Y sus hermanas, cómo están? Yo la última vez que vi a la Camila, fue para el verano del año pasado ¿se acuerda? Cuando vinieron acá a Ovalle, pero desde entonces que no he sabido más. Me contaron que estuvo delicada de salud, pero se mejoró bien..
– Sí, tía, pero como le contaba, atropellé a un niño y estoy en la comisaría de Los Vilos, y necesito que me deposite…
– Supe que su otra hermana tuvo guagua… ¿y que fue? Niñita mujer parece. ¡Qué bueno, porque ya estaba bueno que fuera mamita! Y usted mijo, ¿Cuándo va a asentar cabeza, ¿ah?…
– Sí tía, en cualquier momento.. pero ¿le doy el número de la cuenta para que me deposite? Son sólo 500 mil pesos… es para la fianza…
– Pero mijito, no le quito más tiempo ¿porqué…?
Click.
La Gorda me mira extrañada con el teléfono en la mano:
– Colgó ¿se le habrá terminado la plata en el celular. ¡Pobre niño, que querría, ah?
No tengo idea lo que querría el Jaimito… pero lo que es a la Gorda no le vienen con el cuento del tío. No señor. A la Gorda no.
Mario Banic
Escritor