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«À la prochaine», don Armando

El pasado 23 de enero de 2020 falleció Armando Uribe Arce, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, diplomático y poeta.

Lo entrevisté por primera vez en un frío invierno del año 2001. Me contó su experiencia diplomática en China y me dio muy buenos consejos para la carrera académica que recién comenzaba y para la vida misma, entre otras cosas. La que sigue a continuación es una crónica de dicho encuentro 

A Armando Uribe le conocía de nombre. No recuerdo desde cuándo. Por su silueta le conocí en la Facultad de Derecho de la Chile, donde él era profesor de Derecho Minero y quien escribe estudiante de pregrado desde el año 1997 hasta el 2002. Se paseaba en horas tempranas de la mañana por el hall del edificio de estilo mussoliniano de Pio Nono 1.Su extremada delgadez acompañada de un riguroso negro en el vestir lo hacía parecer más alto de lo que era. Su palidez y un rostro de facciones angulosas para nada dulces le otorgaban un aspecto lúgubre. Si me preguntan a qué ave se parecía, diría que era como un jote. Discúlpeme, don Armando.

Por este acercamiento geográfico, comencé a interiorizarme en sus libros de prosa y poesía, de política y derecho, de diplomacia, historia y literatura. Le vi muy buenas entrevistas  en televisión  -recuerdo una notabilísima con el periodista Fernando Villagrán en el programa Off the record, transmitido por el Canal UCV los días domingos en la noche a la hora de las noticias-. Iba a sus charlas y conferencias y a sus clases me colaba como oyente (El hacía derecho minero en quinto año y yo estaba en segundo o tercer año). No pude tomar su ramo porque dejó su cátedra por diferencias con las autoridades de la Facultad y de la Universidad.  

Gracias a una amistad mercurial en común –que me contó que se le podía visitar en su departamento agendando con don Armando directamente- me conseguí su teléfono y le llamé.

El día programado era uno muy frío de invierno del año 2001. Llegué cinco minutos antes de la hora agendada a las 17:55 a su departamento de calle Ismael Valdés Vergara, frente al Parque Forestal y a pasos del Museo de Bellas Artes. Toqué el timbre y me abrió la puerta el mismo don Armando. 

Me llamó la atención que no era tan alto y además que el departamento era una inmensa biblioteca repleta de libros, incluso algunos arrumados en el piso en enormes columnas. Me hizo pasar a una sala pequeña del mismo estilo. Me ofreció unas galletas, agua y si quería café o té. Por su parte, él bebía un brebaje- que después durante la conversación pude descubrir que era un vino ambrosía italiano- y comenzó a fumar cigarrillo tras cigarrillo –cigarros franceses sin filtro gitanes y gauloises, que colocaba ceremoniosamente en una boquilla-. 

Ya instalados iniciamos la conversación, mejor dicho él la inició. Un interrogatorio exploratorio para romper el hielo. Me preguntó con voz solemne quién era yo y qué clase de estudiante era. Le conté que era de Ovalle y me habló de la genealogía de los apellidos de la zona –sabía muchísimo y después supe que era fanático de dicho género- y me indicó que por mi apellido tanto paterno como materno yo debía ser criollo antiguo. Respecto a la segunda pregunta, le indiqué que tenía buenas notas y era ayudante de dos cátedras. Le interesaron ambas porque se vinculaban con el derecho internacional y con la historia, disciplinas que, me indicó, él también practicaba.

Luego preguntó por mis conocimientos de idiomas. Le dije que hablaba bien inglés, pero que mi francés era muy rudimentario. Y en ese momento don Armando se transformó en el poeta del odio y de la rabia que cantaba a los 4 vientos. Casi gritándome me dice “¡¡Cómo es posible que no hable correctamente el francés!!!!”.

Luego con una voz más suave y un estilo paternal me dijo que ese idioma era una herramienta de trabajo particularmente relevante en las áreas de especialidad a las que yo me quería dedicar. Era imperativo que lo supiera y bien. Fue en ese momento que entendí su afrancesamiento, que no era por modas ni por haber vivido largos años exiliado en Francia, sino que era vital: una forma de pensar y sentir. Gracias a este consejo del poeta, he transformado la lengua francesa en parte de mi vida y de mi corazón también. 

Después del reto y del primer consejo vinieron dos más. El segundo, decía relación con no mezclar la política con la academia. En esto no le he hecho mucho caso, don Armando. Pero he experimentado las consecuencias de sus advertencias. Esta alquimia hace que se estropeen tanto la carrera política como la académica de quien sirve a estas dos señoras que exigen exclusividad.  

Su tercer consejo se refería a que si tenía alguna inquietud o vocación artística era complejo ejercitarla en el ámbito del derecho. Él lo había vivido en carne propia. Ser escritor de versos hacía que a uno no se lo tomaran muy en serio. Había que tener cuidado con aquello. Este consejo lo he seguido al pie de la letra. Merci, Monsieur Uribe.

Luego la conversación derivó hacia sus gustos literarios, que debo confesar muchos de ellos me los pegó: el gran Ezra Pound, los italianos Eugenio Montalé,  Giuseppe Ungaretti y Salvatore Quasimodo y el francés Paul Leautaud (a quien después supe le copió el look desdentado).

De su experiencia diplomática me contó de su misión diplomática en los EE.UU en la década de 1960 y su experiencia como embajador de Chile ante la República Popular China desde la apertura de relaciones en 1971 hasta su destitución inmediatamente después del 11 de septiembre de 1973. Aquí vaya una digresión a la francesa: Uribe asume la embajada en un momento muy complejo de la guerra fría. Justo cuando EE.UU y China comienzan su acercamiento gracias a la diplomacia del ping pong.

Esto dejó al Chile de Allende en mala posición con China. La República Popular es de los primeros países en reconocer el gobierno militar chileno, pero no solo por la buena relación con EE.UU, sino que por intereses propios: que Chile no se fuera a acercar a Taiwan.

Terminamos hablando de Chile y de lo mal que estaba (ya el año 2001). 

Fue una reunión muy memorable y que repetimos durante muchos años. De manera presencial y telefónica. Ahora que ya no está lo imagino enfadado con la destrucción de su barrio y de la iglesia de la Veracruz, donde era feligrés, después del 18 de octubre de 2019. Pero lo veo feliz reencontrándose con su mujer y su hijo –que lo dejaron antes-, con sus amigos y mayores, y en paz al fin: sin odio y sin rabia.

A la prochaine, don Armando…

Por Sergio Cortés Beltrán

OvalleHoy.cl