En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
«Qué buscáis?».
Ellos le contestaron:
«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?».
Él les dijo:
«Venid y veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)».
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».
El seguimiento de Jesús está constituido por un itinerario espiritual fundamental, anuncio, conocimiento y experiencia personal de Jesús. Esto es muy necesario para descubrir a que se nos llama hoy desde la experiencia del escuchar sus palabras, del dialogo que se produce en este conocimiento, de vivir su intimidad, son momentos que nos van clarificando y van constituyendo el fundamento de nuestra fe que tienen una función esencial en el seguimiento y en la vocación del discípulo o discípula.
La experiencia nace de los primeros discípulos que conocieron, vivieron y sintieron su llamado que los hizo responder a esta invitación sabiéndose con debilidades, con miedos pero seguros de seguirlo discerniendo y profundizando este conocimiento. Jesús como toda persona, se deja conocer fundamentalmente a través de la relación con Él. El significado de su persona se descubre y se afianza a través de la relación personal con Él. Penetrar en el misterio de Jesús significa entrar en contacto con su vida, con su palabra, hacer nuestras sus opciones y su misión, hasta compartir incluso su propio destino de donación de la propia vida por amor.
Los primeros discípulos y discípulas llegaron al Maestro escuchando a otros que daban testimonio de Él. También hoy encontramos a muchas mujeres y hombres de nuestras comunidades no tienen otro camino para conocer a Jesús que nuestras palabras y nuestro testimonio. A Jesús se le encuentra a través del comportamiento de las personas que se han encontrado con Él.
La vocación cristiana no es un llamado a aceptar una idea o un proyecto, sino la invitación a entrar en relación personal con alguien.
La vocación puede seguir caminos diversos, pero siempre es atracción personal, invitación, no imposición. También es decisión y proyecto de vida para quedarse con Jesús.
¿A qué me siento llamado en mi vida de fe?
¿Cómo puedo mostrar y entregar en este mundo de hoy esta vocación de seguimiento a Jesús?
Hugo Alfonso Ramírez Córdova