Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ¡La paz esté con ustedes! Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado.
Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envió a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos los que ustedes se los retengan.
Juan 20, 19-23.
El Espíritu es la misma vida de Dios. Es sinónimo de vitalidad, de dinamismo y novedad. El Espíritu animó la misión de Jesús y se encuentra también en la raíz de la misión de la Iglesia.
El evento de Pentecostés nos remonta al corazón mismo de la experiencia cristiana, una experiencia de vida nueva con dimensiones universales.
Este Espíritu es una presencia visible en la vida y la misión de la comunidad cristiana.
El gran gozo de esta fiesta es encontrar que este Espíritu de Dios viene a hacer su morada en cada persona, habitándola y haciendo de estas personas los enviados de Dios en el mundo. Los que están habitados por el Espíritu de Dios son el templo que Dios mismo se edifica en este mundo, el pueblo de Dios, la Iglesia.
Estar habitados por el Espíritu no es un don que se ofrece a algunos cristianos especiales, sino que es una posibilidad ofrecida a todos los creyentes, ser cristianos es estar habitado por el mismo Espíritu que llenó la vida de Jesús y lo movió a hacer lo que hizo y a decir lo que dijo.
Más todavía se trata de una posibilidad ofrecida a todas las personas, pues es un Espíritu que ha sido derramado sobre toda carne, y que está silenciosamente actuando en todos nosotros.
Hay algo que resalta en esta lectura, como Jesús sopló sobre los discípulos; este soplo al igual como Dios es una referencia a la primera creación, Dios inspiró el aliento o el soplo vital en la primera creación, así el soplo del Espíritu, hecho por Jesús crea al hombre nuevo.
Evidentemente el Espíritu viene de Dios, del cielo. Pero el Espíritu Santo no es algo perceptible sensorialmente, se necesita sensibilizarlo.
Hoy encontramos muchas personas que tienen un modo dualista de pensar y actuar, es decir consciente o inconsciente tienden a separar lo que Dios ha unido. Así vivirán considerando que determinadas situaciones o aspectos de la vida son mundanos o materiales y que poco o nada tienen que ver con la vida cristiana, es decir, con la vida según el Espíritu.
La verdad es que lo único ajeno a la vida según el Espíritu y lo único que se opone a ella, es el pecado que será vivir según otros espíritus.
La vida según el Espíritu significa el llamado a vivir todas las realidades humanas, absolutamente todas, según el Espíritu de Dios y no según el pecado. La vida cristiana es ser enviados(as) por Jesucristo a espiritualizarla, es decir, a vivir según su Espíritu todas las dimensiones de la vida personal, familiar, social, económica, cultural, política.
¿Qué dimensiones del Espíritu están en mi vida?
¿Cuál es el mayor temor que encuentro en la vida, que me apartan de ser testigo y testimonio de Dios?
¿A qué me siento llamado por el Espíritu de Dios?
Hugo Ramírez Cordova.