Llama la atención el aumento de candidatos a concejal en Ovalle para estas elecciones: de 44 en la elección anterior, saltamos a 66. Sospechamos que el Servel va a tener que hacer una papeleta grande como una sábana.
Imaginen las dificultades del elector común y corriente cuando, lápiz en ristre, se enfrente a ese listado interminable de alternativas. ¡Y cuando tenga que doblarlo para meterlo en la urna!!
Si la cosa sigue así, aumentando el número de candidatos y disminuyendo el de personas que van a votar, va a llegar el día que los candidatos van a ser más numerosos que los electores.
Pero después de todo no es malo que haya tantos. Por ejemplo ayuda a hacer número en actos públicos, inauguraciones de exposiciones, presentaciones de libros, y todo eso a las que habitualmente asiste muy poca gente. Más aún ahora que hace frío y atrae más quedarse en casa, arropadito viendo la televisión.
Supongamos que el Alcalde (que , entre parentesis, también va a la reelección) está inaugurando cincuenta metros de pavimentación de veredas en y un par de columpios en una población y, además de cuatro o cinco vecinos y la Banda Municipal… ahí están tres, siete, y hasta diez candidatos, tímidamente, como haciéndose los lesos. No deberían, porque por ley ahora las autoridades, cada vez que hagan un acto público deben hacerles una invitación formal. Pero ayudan a dar mayor realce al asunto.
También se les ubica en lugares concurridos, como la Feria Modelo, partidos de futbol, protestas, misas, es decir todo eso en lo que se reúne harta gente.
Ahora,¿cómo reconocer un candidato?
Por ejemplo si usted va al mediodía por el paseo peatonal y ve como la gente pasa apurada, dirigiéndose a sus trabajos, a hacer un trámite, efectuar una compra, y todo eso, sumida en sus pensamientos: pero de pronto ve a un señor que camina lento, sonriente, saludando a medio mundo alrededor, deteniendo a alguien para conversar un par de minutos, besando guaguas … Ese es un candidato.
De pronto veo avanzar hacia mí un rostro conocido, que se aproxima a saludarme y, cuando está en frente mío , se detiene sorprendido al reconocerme.
– Jorge… ¿estás de candidato? – le pregunto no menos sorprendido.
Es que el Jorge , que vive a la vuelta de la esquina en la población, aunque un poco desordenado, es un muy buen tipo, buen padre de familia, empeñoso en lo que hace, .. ¿Pero candidato a Concejal?
– Es que los amigos, la familia, me convencieron, tú sabes – dice avergonzado – Voy de Independiente – agrega como para arreglar la cosa.
Conversamos unos momentos, y finalmente él se despide:
– Supongo que vas a votar por mí ¿no? – dice antes y me deja un calendario de bolsillo con su fotografía.
Luego se aleja calle abajo, por entre los que andan celular en mano cazando pokemones. Pero él no caza pokemones, Picachus, sino votantes que es harto más complicado porque son cada vez menos y más desconfiados que antes.
Cuando llego a la casa le digo a la Gorda, mi esposa, no más entrar:
– Gorda, a que no sabes quién está de candidato a concejal…
– No… ¿quien?
– Al Jorge.
Y la Gorda se queda como para adentro.
– El Jorge, el Jorge de la vuelta…?
– Ese mismito..
Entonces guarda silencio, moviendo la cabeza.
Al almuerzo ella, como que no quiere la cosa, le informa a la familia:
– ¿Saben quién está de candidato a concejal? … el “´tío” Jorge.
No es que sea familiar, sino que las niñas a todos los conocidos adultos de la mamá o del papá le dicen “tío”.
– Noooo… – dice una.
La otra guarda un momento silencio y después comenta:
– Viste papá…¿no te decíamos que te presentaras tú?.
Bueno, cuando una vez hace unos meses alguien planteó la idea en la mesa, la Gorda, saltó como una leona :
– Por ningún motivo un político en la familia. Quiero que mis hijas anden con la cabeza alta por el barrio …
Y ahí quedó el tema.
Ahora cuando salgo al centro y veo a tanto candidato por ahí, dando la mano, sonriendo, saludando a diestra y siniestra, tratando de hacer nuevos amigos, pienso si no sería bueno hacer una Feria de Adopción de Candidatos.
“Son simpáticos, cariñosos, amistosos, serviciales. Firme aquí y llévese uno para la casa. No se arrepentirá”, diría la promoción.
Estoy pensando en eso cuando veo aparecer al Carlos que con una sonrisa amplia como un piano, se aproxima a saludarme:
– Carlos… tú no. No puede ser – balbuceo.
Y la sonrisa del Carlos se hace aún más amplia.
– Yo mismo. Supongo que vas a votar por mí – dice.
Sí, tal vez después de todo debí haberme presentado.
Mario Banic Illanes
Escritor