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Al ritmo del abrevadero

Una repentina estampida de diucas, yales, tencas y chincoles, delata la llegada del mero al abrevadero en la reserva de las chinchillas. Sin embargo pese a la rápida evacuación, una solitaria loica de intenso pecho rojo, permanece inmóvil en el borde de la pequeña poza, como si estuviera evaluando el riesgo de compartir un sorbo de agua con el temperamental personaje que acaba de llegar.

Ambas aves son más o menos del mismo tamaño pero el poderoso pico heredado de la casta de los Ictéridos por la loica, sin duda podría ser lo suficientemente disuasivo para el recién llegado. Por su parte el zorzal mero ingiere sorbos sucesivos de agua, ignorando a esta cromática presencia, la que sin bajar la guardia, permanece alerta en prevención de un ataque sorpresivo.

Una vez saciada la sed, el solitario mero despega en vuelo rasante en dirección a una mata de guayacán cercana y se posa en una de sus ramas muy cerca del suelo. Simultáneamente, un veloz ratón cola de pincel emerge desde la sombra del guayacán y se dirige al abrevadero; sin embargo antes de llegar al borde del agua, se abre paso entre numerosas loicas que en ese momento llegan caminando y comienzan a tomar posesión de la codiciada fuente de agua.

Un poco más tarde el rojo encendido del pecho de las loicas, es reemplazado por los matices anaranjados de una enorme iguana, que llegó hasta la orilla desplegando y contrayendo su lengua bífida, como saboreando el agua antes de apagar su sed; portando sobre sus hombros la estampa jurásica de su antiguo linaje prehistórico. Cuando por fin este potencial cazador de sangre fría se aleja de la fuente de agua, la actividad en este estratégico lugar vuelve a la normalidad.

Sin embargo, a una distancia prudente un zorro culpeo que acaba de llegar después de varios días de ausencia, presenta sus credenciales a dos miembros de su familia que salen a su encuentro. Parecen muy contentos y muy concentrados en su ritual de reencuentro pero en cualquier momento vendrán en busca del vital elemento… y cuando esto suceda, la rutina de la vida silvestre de las demás criaturas que frecuentan el abrevadero, se detendrá nuevamente por un instante.

Después de las lluvias del invierno el paisaje ha reverdecido y los arbustos parecen haber despertado de un sueño profundo; entre los estoicos vegetales destacan las alcaparras, las que tempranamente florecidas lucen vestidas de amarillo; todas parecen querer bailar al ritmo de la primavera, salvo la solitaria mata que se encuentra junto al abrevadero.

No deja de sorprender la conducta de esta hermosa planta que hace algunos años, cuando el abrevadero estaba recién construido, al captar la presencia del agua muy cerca de sus raíces, en pocos días se cubrió completamente de flores. Ese año era la única alcaparra florecida en todo el sector, los demás arbustos de su especie, al no disponer de agua, permanecían inmutables sumidos en un profundo letargo.

Al parecer esta planta, adaptada a largas ausencias de agua, despertó al percibir la humedad y quiso aprovechar la repentina abundancia del esquivo elemento, apurándose en florecer para producir semillas y no desperdiciar esa imperdible oportunidad de perpetuar su especie. Sin embargo ahora transcurridos algunos años, ocurre exactamente lo contrario, todas las plantas del sector en cuanto disponen de un poco de agua de lluvia florecen, menos la del abrevadero. Con el tiempo gradualmente se fue dando cuenta que la presencia de agua era permanente, por tal motivo ya no tiene prisa en florecer.

A medida que avanza la estación, la pequeña poza es visitada durante el día por el más variado elenco de la fauna silvestre local; diminutos polluelos de codorniz de pocos días de vida, llegan en disciplinados grupos hasta el borde del agua, custodiados por los bulliciosos adultos mediante el más riguroso despliegue de seguridad.

Por su parte una pareja de tinamúes, mal llamadas perdices, llegan a pedir su cuota de agua junto a sus encantadores polluelos, amparados en su inmejorable técnica de sigilos y silencios, desplazándose entre crípticas e introvertidas tórtolas cordilleranas que introduciendo completamente el pico en el agua, apagan su sed con prolongados sorbos que revelan proezas de vuelos y distancias.

De tarde en tarde la sonora algarabía de una bandada de eximios cantores, se cierne sobre los reflejos cristalinos del agua, como verdaderas sombras aladas proyectadas por el negro intenso de los tordos, los que desplazando a todas las aves se adueñan del abrevadero para zambullirse en el agua, en su entusiasta baño diario.

Al llegar la noche, una cámara con sensor de movimiento y visión nocturna, nos revela interesantes detalles de la rutina entre sombras del abrevadero: Una imagen captada en lo profundo de la oscuridad, nos muestra a un corpulento sapo de rulo instalado en el centro de la poza, sumergido hasta el cuello. Al cabo de un instante una nueva imagen nos sorprende y nos divierte; Un zorro se asoma en el rango de visión de la cámara, tomando agua con avidez, mientras que el sapo se hunde en el fluido tratando de pasar inadvertido, dejando solamente sus ojos a flor de agua.

Una vez más las lluvias del año recién pasado, detonaron la floración de numerosos arbustos, sin embargo la alcaparra ubicada al lado de la poza fue la última en florecer, ya no tiene prisa, entre el ir y venir de la fauna silvestre y en medio de sorprendentes episodios, se toma su tiempo… al ritmo del abrevadero.

Mario Ortíz Lafferte
Administrador Reserva Nacional Las Chinchillas

Fotografía: Jean Paul de La Harpe.

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