Apenas ingreso al recinto de la XXX Feria del Libro de La Serena en la noche del sábado me siento como en mi casa. Es que oigo a través de los parlantes la voz inconfundible del locutor ovallino Carlos Alberto García, la voz oficial del evento, anunciando la presentación de la poeta Carmen Yáñez.
Estoy invitado esta noche para participar en un panel junto al destacado escritor Luis Sepúlveda y eso me hace recordar la anécdota de mi único encuentro con el autor de “Un viejo que leía novelas de amor, Historia del gato que le enseñó a volar a una gaviota”, y otras novelas que en los últimos años han recorrido el planeta letras con singular éxito.
Para los ovallinos durante mucho tiempo fue un misterio la existencia de este popular escritor que paseaba por el mundo el nombre de Ovalle en la solapa de sus libros. Nacido en Ovalle en 1949, se podía leer en todos los idiomas.
Por la edad debería haber sido contemporáneo mío, tal vez hasta estuvimos juntos en algún colegio de la ciudad (que en esa época no eran muchos), pero no lo recordaba. Incluso tenía amigos profesores que afirmaban haberle hecho clases en el Liceo de Hombres, y que conocían a su familia. ¡Pero seguía sin acordarme de él!.
A mediados de la década pasada trabajaba en la edición ovallina del Diario El Día, y supe que Sepúlveda venía a Chile para tomar parte en un panel destinado a la “Novela Negra” en el marco de la Feria del Libro de Santiago”. Y decidí viajar a Santiago a entrevistarlo: un viaje rápido, del día.
Con tan mala fortuna que en las horas antes cogí una gripe de esas de “aguántate cabrito”, pero no obstante la altísima temperatura, igual me embarqué en el bus con la esperanza que con la ayuda de antigripales y mucho líquido podría recuperarme en el trayecto.
Esto no ocurrió y llegado a la capital debí buscar refugio en una sala de cine con aire acondicionado para esperar la hora de la actividad en el Centro Cultural Mapocho.
Cuando llegué a la Feria la sala estaba colmada de admiradores de Sepúlveda. A alguien se le ocurrió cerrar las ventanas para evitar el ruido del tránsito que llegaba desde la avenida General Mackenna y la sala en pocos minutos se convirtió en un microonda.
Seguí el resto de la conferencia sentado sobre el suelo de baldosas, la espalda pegada a la pared , y aguardé que, una vez concluido el conversatorio sobre la novela negra, Sepúlveda se desocupara de una nube de admiradores y periodistas que se aproximaron a conversar.
Y cuando este iniciaba finalmente su tránsito en dirección a la puerta, lo abordé.
Me presenté como un periodista de Ovalle, y si me podía conceder unos minutos.
Miró el reloj y a un acompañante que le hacía señas desde la puerta.
– Estoy apurado en estos momentos ¿No puede ser mañana? – dijo finalmente.
– Es que, ¿sabes? Me regreso esta noche a Ovalle. Tiene que ser hoy.
– Bueno entonces dejémoslo para mi próximo viaje a Chile. Nos ponemos de acuerdo para la entrevista y conversamos – dijo reanudando la marcha hacia la puerta.
Contrariado, con la cara encendida de temperatura, los ojos brillantes, las piernas trémulas, y molesto por la negativa, me atreví a encararlo a tres o cuatro metros de distancia:
– ¡ Putas… viajo 400 kilómetros desde Ovalle, con 40 grados de fiebre para hablar contigo, y tú me dices (imitándolo): “Vuelve mañana”, “Dejémoslo para el próximo viaje a Chile”..
Sepúlveda detuvo su marcha y se volvió a mirarme unos segundos. No sé qué vio entonces, pero se devolvió, me cogió del brazo para arrastrarme hasta una mesa, y señaló una silla invitándome a sentar frente a él.
– Diez minutos – dijo.
No fueron diez minutos. Fueron veinte, tal vez media hora. Para impaciencia de sus acompañantes que desde lejos continuaban mostrándole el reloj. Fue cálido, ameno, cercano durante la conversación ante la grabadora.
Hablamos sobre su carrera, sus libros, sus proyectos, pero en especial sobre el misterio de ese “nacido en Ovalle”. Entonces explicó que sus padres habían pasado por Ovalle de manera fortuita y a su madre, con un avanzado estado de embarazo, se le ocurrió dar a luz en un hotel de calle Arauco . A las pocas semanas, cuando ella concluyó su recuperación se marcharon.
“Yo he venido a Ovalle en los años siguientes, para conocer la ciudad, pero sin que nadie me reconociera”, agregó.
Mientras lo oía imaginaba en lo decepcionados que estarían con la información sus “amigos” de Ovalle.
Cuando en la noche de ayer sábado en la Feria del Libro de La Serena, antes de nuestra presentación, le recuerdo la anécdota, ríe de buena gana; e incluso la menciona minutos más tarde en su intervención en el coloquio con otros escritores locales.
Participaron en la mesa – además de Sepúlveda – el escritor y editor Arturo Volantines (quien hace más de veinte años me introdujo a la obra del escritor nacional cuando aún no era conocido) , y dos jóvenes narradoras serenenses: Pía Ahumada y Ashle Ozuljevic Subaique.
Una conversación distendida en la que Luis Sepúlveda muestra una vez mas una capacidad admirable para convertir cualquier pregunta (aún las mas incómodas, como la que le hice sobre Bolaño) en una historia entretenida que el público sigue casi sin respirar.
Al finalizar, intercambiamos números telefónicos, email, etc, y nos despedimo con la promesa de estar en contacto o de reencontrarnos en algún lugar.
Pero entonces descubrimos que en el lugar se ha reunido una verdadera “Armada Ovallina”, y alguien sugiere una fotografía con el escritor:
Luis Sepúlveda, al centro, Eduardo Pizarro y Eduardo Mallegas (productores generales de la Feria del Libro de La Serena), Carlos Alberto García, locutor oficial de la misma, y yo. Sólo faltó el alcalde Roberto Jacob en el lote.
“Armada ovallina desembarca en la Feria del Libro de La Serena”, propone alguien como título de la nota.
Y aquí vamos. Diga Limarí, dice el fotógrafo al enfocarnos. LIMARIIII.
Mario Banic Illanes
Escritor