Cuando en la tarde de ayer golpearon a la puerta y me levanté a abrir, ahí estaba él, con una bandeja con sopaipillas en la mano.
– Hola, perdona las molestias, pero vengo a tomar once – dice con una sonrisa.
Andróniko. El mismo, al que sigo desde hace un par de meses en mi cuenta de twitter. Y había ofrecido que en cualquier momento llegaría hasta mi casa.
– ¿Quién es? – grita la Gorda mi esposa desde la cocina.
– Es don Andróniko – le digo.
– Bueno, quien sea, que pase luego porque con el viento se me está apagando la cocina..
La Gorda, no tiene idea quien es don Andróniko, pero igual le pone un puesto en la mesa. Y como no hay nada para el pan, manda a la Pepa, nuestra hija menor a fiar un cuarto de mortadela al almacén de la Yolita, a la vuelta de la casa. Por suerte aún nos queda un poco de margarina.
– Tú creías que no iba a venir, ¿eh? – me dice don Andróniko cuando comenzamos a tomar la once.
– La verdad que no, don Andróniko. Confieso que me sorprendió – respondo turbado.
– Pero Mario, hasta cuando me dices Don Andróniko. Andróniko a secas. Como ves soy igual que tú y que todo el mundo.
A los pocos minutos estamos en confianza. Incluso ya lo trato de Niko, y a él le parece divertido.
La Lobita, mi nieta menor se ha instalado en mi falda y mientras mordisquea la mitad de una sopaipilla , mira con insistencia a nuestro invitado.
Hasta que no puede evitar el comentario:
– ¿El Tata, ete, el Tata?
Y todos nos reímos , incluido el Niko.
Por suerte no está la Gusanita, mi otra nieta. Esa se hubiera instalado sobre las piernas del visitante y le estaría comiendo el sánguche.
La Gorda está fascinada con el invitado. En especial con los elogios que le hace por el almíbar para las sopaipillas que ella ha preparado en un dos por tres. Incluso él le pide la receta.
Ella cada vez que se levanta a la cocina, mira por la ventana hacia la calle.
Hasta que no puede evitar preguntar al invitado:
– ¿Dónde dejó el auto? Porque, mire, la otra semana le robaron a un auto aquí a la vuelta a un vecino.
– No te preocupes Gorda, (Porque te puedo llamar Gorda, ¿verdad? ) que vine en colectivo . Aunque me parecieron excesivos los 500 pesos desde la plaza hasta acá. ¿Eso es lo que cobran acá? Allá en Santiago por ese valor te pasean por toda la ciudad..
– ¡Y eso que no has visto lo que cobran los taxistas! – comento a mi vez.
Él se queda pensando, tal vez si poner una flota de autos en Ovalle. O comprar una línea de colectivos. O ambas cosas.
Pero no. Es otra cosa.
– ¿Saben que mi madre estudió en una escuela de Ovalle? No recuerdo cual. Debe haber estado por acá cerca – dice de pronto, sorprendiéndonos.
– Debe ser la Escuela 7 . El Mario estudió ahí, es muy buena – dice la Gorda.
– Sí, puede ser
Cuando se despide finalmente, se lleva un budín de pan que hace la Gorda. Junta durante varias semanas pan antiguo de marraqueta, huevos de campo, leche de vaca legítima y luego, con una receta que heredó de su abuela, hace un budín de rechupete. Además de la receta para hacer el almíbar de las sopaipillas que tanto le gustó .
Adróniko se va feliz con su regalo.
Lo acompaño hasta la esquina para tomar el colectivo que lo llevará al centro.
Una vez ahí se revisa los bolsillos y se muestra confundido. No tiene dinero.
– ¿Crees que el colectivero aceptará tarjeta del Banco de Chile? – pregunta confundido.
Le presto una luca y luego veo el auto alejarse.
Cuando regreso a la casa, la Gorda está lavando los platos en la cocina.
– Simpático tu amigo . ¿cómo lo conociste? – pregunta al pasar.
– Por tuiter…
– ¿Por tuiter? – detiene su labor y me mira – ¿Cuántas veces te he dicho que es peligroso conocer gente en las redes sociales?. Uno nunca sabe…
Tal vez tenga razón. Me digo mientras subo la escala hacia el segundo piso.
Pienso si alguna vez veré la luca que le presté para el taxi colectivo.
Mario Banic Illanes
Escritor


