En la novela La Sequía, de James Ballard (1964), una historia post apocalíptica -aunque de narrativa un tanto débil para mi gusto – el agua es el tesoro más preciado y escaso. Después de leer Tuareg de Vásquez Figueroa me encontré con El Agua Prometida del mismo autor que con un relato semi autobiográfico, apasionado aunque sin el vértigo cinematográfico de Tuareg, muestra su lucha por encontrar una solución efectiva a uno de los problemas más tenebrosos de nuestra época; la escases de agua potable.
George Miller en la remozada pero no menos espectacular Mad Max (2015) vuelve a presentarnos un panorama post apocalíptico tan real, demasiado cercano tal vez, que de cierta manera asusta. Después de ver la cinta, piensas dos veces ir al baño a lavarte las manos y dejar el agua escurrir inconscientemente, pero también te hace pensar en este juego eterno del poderoso aplastando a los más débiles.
Recuerdo estas lecturas y esta película debido a la idea del gobierno de entregar los derechos de aguas a perpetuidad. O como lo aclara el ministro Fontaine, “no es perpetuidad, es de duración indefinida”, que no es lo mismo, pero es igual.
Ahora bien, sin saber de legislaciones al respecto, entiendo que ante la escasez, interés y necesidad del uso de agua para la producción (desafortunadamente también para la sobreexplotación), incluso este gobierno hipercapitalista debe proteger su uso pues “las aguas son bienes nacionales de uso público” (me recuerda eso de “en Chile no existen playas privadas”, pero sí las hay).
Entonces las preguntas son de perogrullo: ¿si es un bien de uso público, cómo es posible que particulares, sobre todo las grandes empresas mineras y agrícolas obtengan estos derechos como patrimonio privado? ¿Se puede ser dueño a perpetuidad de estos derechos? ¿Si el uso de agua potable y saneamiento es un Derecho Humano, puede serlo también el derecho de aprovechamiento del uso del agua para efectos productivos, aunque lo mismo que la migración, según las políticas vigentes debería serlo, pero no lo es? ¿Por qué no se vela por los pequeños productores y sólo se legisla para las grandes empresas y transnacionales? ¿Cómo es posible que este gobierno y los anteriores propendan a que la propiedad privada esté delante y por sobre el bien común, incluso en un bien común y vital para todos como es el agua? Y no digo que la propiedad privada sea mala, solo digo que este debe manejarse no con un sentido sólo mercantilista, sino desde el punto de vista humanitario.
Miren lo que ha ocurrido por dejar de lado el sentido del bien común y priorizar lo privado: las grandes exportadoras de palta hass secaron Petorca y dejaron sin agua a los pequeños productores.
Es la conclusión de un documental alemán que puso en peligro las exportaciones. Hace poco la TV rusa estrenó también un documental sobre cómo “unos pocos son dueños de casi todo” respecto del agua prevista para la producción. Véase lo que está ocurriendo en Caimanes con la minera Pelambres, la lucha de los pequeños productores y de la gente común ante la escasez y contaminación del agua. David contra Goliat, aunque en este caso, David ya no tiene ni piedras para intentar defenderse. O la Barrik en busca del oro y destrucción de los glaciares, fuente de agua dulce por excelencia.
Aquí ya recordarán a los niveles que llegaron a alcanzar los embalses Recoleta o Paloma, a tal punto que si hubiese seguido aquel ritmo de sequía, se había llegado a pensar en racionar el uso del agua potable. En cuanto a la producción es cosa de ir a ver el Valle de Punitaqui o Monte Patria, otrora verdes por doquier, con plantaciones de uvas hasta la punta del cerro, literalmente, para ver que el verde ahora es mínimo.
¿Es sólo el cambio climático y las sequías prolongadas? ¿Tiene que ver con el uso indiscriminado y la sobre explotación de nuestros recursos? ¿Serán los derechos de aprovechamiento perpetuos como quiere el gobierno, perdón, quise decir de duración indefinida, útiles con ríos o embalses secos?
Ya pónganse serios, dejen sus bolsillos a un lado por una vez y legislen para todos, no para un grupito selecto de amigos y compinches.
No queremos que la visión apocalíptica de George Miller sea más actual que futurista.
K Ardiles Irarrázabal
Columnista