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El ardiente Aguirre.

Toda una noticia, con amplias repercusiones en Chile y hasta en la península ibérica ha tenido la quema del monumento al conquistador español Francisco de Aguirre, ocurrida este fin de semana en La Serena. Le pusieron al épico bronce, a modo de infame collar, una rueda, una goma, un neumático y le aplicaron el purificador fuego.

Las autoridades y muchos serenenses están indignados y quieren penas de calabozo y cepo para los culpables. Eso si los encuentran, claro. Por ahí se culpa, en estas presunciones un poco al voleo, a ciertos integrantes de una barra brava, que tras apoyar a su equipo de fútbol salieron a las calles para ejercer su arte superior de rompe y raja.

Con toda la batahola producida, nos enteramos que el monumento llegó a La Serena  como un glamoroso regalo en los tiempos de González Videla,  desde la mismísima España. Desde quisieron mantener vivo el espíritu de de este conquistador español.

A vuelo de escuálida pluma, digamos que Francisco de Aguirre, luego de participar en hechos bélicos y de pillaje en Europa, llega al Perú para apoyar a Francisco Pizarro en su guerra de exterminio contra los Incas, dando muestras de su gran talento de matarife. Y ya acabados los incas, Atahualpa incluido, Aguirre, desocupado y seguramente con ganas de seguir aventurando, y además compañero de bregas y mandobles con Pedro de Valdivia, decide sumarse al ejército de éste, que parte a Chile. Y así lo espera con su tropa en la zona de San Pedro de Atacama, emprendiendo el viaje en busca de oro, fama y tierras hasta esta fértil provincia y señalada, que cantará después Ercilla en su Araucana.

Hombre de confianza de Pedro de Valdivia, Francisco de Aguirre ocupa distintos puestos en la barbarie española en Chile hasta que se produce  la destrucción de La Serena el 11 de enero de 1549. Como se sabe, ésta fue llevada a cabo por los sublevados indígenas encabezados por el jefe Mapuche, Michimalonko (el mismo que antes, un 11 de septiembre de 1541, había destruido Santiago)  y secundado seguramente por Cataloe, un jefe de la zona del Limarí, que tenía su pucará en la zona de Huamalata.

Producida esta destrucción y muerte de muchos españoles en la ciudad de La Serena, Valdivia designa como Teniente Gobernador de la zona a Francisco de Aguirre, encomendándole la reconstrucción de la ciudad más el combate y castigo a los sublevados.

Sintiéndose llamado a impartir justicia y dispuesto a mostrar la fuerza de su brazo en buena o mala lid, Francisco de Aguirre inicia una guerra de exterminio de los indígenas, no haciendo distinción de niños, mujeres, ancianos ni hombres. A todos por igual asesina. Esta “Principal Lanza de España”, que así era el calificativo dado, en sus maniobras de aniquilación acostumbraba encerrar en chozas a decenas de prisioneros para luego incendiar las rukas, quemándolos vivos. Así, de modo tan bárbaro y criminal, este monumentado invasor, dejó la zona prácticamente despoblada. Incluso, para espanto de los propios españoles, que se vieron sin mano de obra para sus cultivos, faenas mineras, pesca, transporte y comercio. Y como había tan pocos sobrevivientes al paso de las huestes de terror de Aguirre, fue necesario traer indígenas de la zona argentina de San Juan, específicamente indios Huarpes para repoblar los valles y comenzar de nuevo.

Luego, la vida y obra de Aguirre pasa por altos y bajos.  Incluso sus soldados de Cuyo en Argentina, se le amotinan ante su genio destemplado y abusivo. También es apresado por la Santa Inquisición debido a dichos herejes y encarcelado en Lima, Perú. Entre sus gracias y talentos, se dice que fue el más prolífico de los capitanes y soldadesca española, llegando a reconocer cinco hijos legítimos y cincuenta hijos naturales, mestizos, que obviamente no merecen nota alguna en su testamento. Pero no murió joven ni en batalla sino a los venerables 81 años, (1500-1581) pobre y abandonado, en La Serena.

Llama la atención como nuestro país ignora estos y otros detalles de su historia, y homenajea a individuos como Francisco de Aguirre, al grado tal de tener un monumento en la ciudad de La Serena. Pero esta curiosa valorización de sanguinarios personajes no es exclusiva de la zona, pues en la región de la Patagonia, se tiene aún en gran valía a Julius Popper, un rumano llegado a la zona que se dedicó entre varias actividades, a asesinar con fervor casi místico a Onas y otras razas fueguinas hasta casi exterminarlas. Y a los que no mató Popper, sí lo hicieron las enfermedades y pestes que el hombre blanco llevó a la zona. Incluso la iglesia colaboró en esta masacre, aunque sin querer queriendo, pues encontraba escandaloso que los indios  anduvieran desnudos o semi vestido. Para combatir esta “indecencia”, no encontró nada mejor que darles ropas  que habían pertenecido a blancos enfermos de viruela, fiebre amarilla y otras plagas. Y como los indígenas no tenían defensas naturales para estos patógenos, murieron por miles y miles.
La historia nos enseña, pero somos dados a ignorar detalles y hechos que nos marcan como pueblo.

En estas penurias nuestras, el que hayan quemado el monumento de Francisco de Aguirre en La Serena, aparece como un gesto de tardía justicia popular.

El ardiente Aguirre ha recibido, aunque de manera simbólica, siglos después, algo de su propia medicina. Ja.

Wilfredo Castro
Escritor

OvalleHoy.cl