La Gorda, mi esposa, está molesta porque la Intendenta no ha venido a Ovalle para ver en terreno el tema de la emergencia del agua potable luego de la lluvia.
– Gorda, si ya la Intendenta no está. Ahora hay otro señor en el cargo – la corrijo durante el almuerzo.
– ¡El que sea pueh … pero tiene que venir a Ovalle! – reclama.
Y el que le diga que el nuevo jefe regional hoy jueves vino a la ciudad para ver el problema, tampoco la convence:
– Hoydía… ¡pero si de cuando que estamos con el problema y viene recién hoydía! – dice con irritación mientras lleva los platos sucios a la cocina.
La entiendo a la Gorda. Es ella la que todos los días tiene que ir con los bidones hasta el camión aljibe a cinco cuadras de distancia, y luego hacer la fila para llenarlos, y luego regresar. Se acuerda de esos años de niños en El Trapiche, nuestro pueblo, cuando nos mandaban con baldes a buscar agua al río .
Es verdad que mientras espera aprovecha de conversar con otras dueñas de casa, hacer nuevas amigas y enterarse de todas las copuchas del barrio. Y luego compartirlas en las horas siguientes con las vecinas más cercanas.
Después tiene que volver a la casa y con esa agua lavar los platos, la ropa blanca, y el resto hervirla durante cinco minutos en la cocina, porque tampoco es cosa de usarla así para la comida.
– ¿Y sabes cuánto nos duró el gas este mes con la funcia esta? . ¡Diez días! ¿Te imaginas? O sea tres balones al mes… – me ha dicho al mediodía cuando llegué para ayudarla a instalar el balón nuevo.
Según ella en esta ciudad los únicos que se están forrando los bolsillos con plata son los que venden agua embotellada, los que venden gas… ¡y Aguas del Valle, por supuesto!.
Por eso la tiene molesta que el Intendente recién ahora hubiera venido a la ciudad para enterarse en terreno del problema que tenemos casi cien mil habitantes.
Y no deja de tener razón.
Recuerdo para el terremoto del 97 cuando el entonces Intendente, don Renán Fuentealba, fue muy criticado porque recién al tercer día vino a la zona de emergencia.
Cuando le preguntamos los motivos, aseguró que era porque en su oficina había sido plenamente informado por sus colaboradores de toda la situación y que desde La Serena había tomado todas las medidas para administrar las soluciones pertinentes.
A propósito de eso, escribí la historia de ese padre que lee el diario sentado en el patio de la casa , mientras su hijo pequeño juega a unos metros de distancia. El pequeño que recién empieza a caminar, tropieza, cae rompiendo en llanto. A la distancia el padre ve que no es nada grave y no hay nada más que el susto.
Él tiene dos opciones.
Decirle a la distancia al niño que no ha pasado nada, y que se levante nomás.
Segundo, dejar el diario, ir donde él y abrazarlo, acariciándole la cabeza mientras le dice amorosamente “ya pasó, ya pasó”, hasta que se calme y deje de llorar.
Es lo que todo buen padre hace con sus hijos en problemas: aunque sepa que no hay daños , ir donde ellos para abrazarlos y que se sientan protegidos por la figura paterna.
Y tiene razón la Gorda, mi esposa.
Hubiera sido bueno que el Intendente hubiera venido de inmediato a Ovalle, aunque hubiera sido para decirnos “ya pasó, ya pasó”.
El problema es que a la media hora a ella se le ha olvidado que cambiaron la autoridad y dele que suene con la Intendenta:
– Ella tendría que haber venido al tiro para ver qué pasaba. Miren yo, que ahora no puedo lavar con esta agua – insiste.
– Mamá, ya te dijeron que ya no está la Intendenta. Que ahora hay otro caballero – dice nuestra hija menor.
Pero la Gorda, sigue revolviéndola.
– Bueno podría entonces ir a las filas del camión para que me vea con los bidones hace más de una semana…
Es que la Gorda no tiene remedio.
Mario Banic Illanes
Escritor