Con tanta decepción, desengaños, frustraciones, impotencia, y todos aquellos sentimientos que se asocian a los vergonzosos acontecimientos de los «honorables» – de todas las tendencias – del año que recién termina; sumado a esto las «estrategias» (colusiones) descaradas de ALGUNAS importantes «empresas y empresarios» de nuestro País; y más aún: el tsunami, el terremoto y – la guinda de la torta – el condenable y terrible atentado en París y – ¿y por qué no decirlo? – la igualmente desastrosa «respuesta» de los bombardeos indiscriminados sobre hombres, mujeres y niños que nada tuvieron que ver con los atentados, no tenía ganas de escribir nada.
Algunas gentes (gracias a Dios pocas), por alguna mala «conjunción planetaria» habían mostrado una vez más a qué extremos de insensibilidad e insensatez se puede llegar cuando se tiene poder; pero no ética, principios, ni valores.
Así las cosas, mis musas habían guardado prudente silencio.
Pero hoy, para mi cumpleaños, me levanté como siempre. Me dirigí a la cocina pensando que nadie se había levantado todavía, (es un día después del Año Nuevo) y bajo nuestra Pérgola, estaba la mesita de costumbre; pero esta vez, engalanada con un austero arreglo y un muy hermoso detalle: unas flores que mi hija y mi señora habían cortado de nuestro jardín.
No eran precisamente Orquídeas; pero no necesitaban serlo.
En esas flores comunes, me reencontré con la humanidad. Me reencontré con la gente que hace que la vida tenga sentido y alegría. Entendí que basta un pequeño gesto, con pequeñas cosas, para que el afecto y el cariño borren – cual milagro de Cristo – la maldad del mundo.
Hoy siento que tenemos por delante un nuevo Año, un nuevo renacer, una nueva posibilidad de ser mejores, una nueva oportunidad de aprender a vivir en armonía; en resumen, una nueva oportunidad de ser felices – que es al final del día – la razón de nuestra existencia en este maravilloso planeta.
¡¡Un inmenso abrazo y Feliz Año Nuevo para todos!!
Pedro Vargas