Después de un mes de estar encerrado en la casa la Gorda, mi esposa, cual jueza de la Corte, me concedió libertad condicional durante un par de horas.
Y las aproveché para ir al centro y ver si era posible encontrar algunos amigos.
No estaban en los café de siempre porque, claro, no había cafés. Entonces me dirigí al paseo peatonal que, para asombro mío, estaba como en un día prenavideño. Cientos de personas , hombres, mujeres familias enteras, para acá y para allá, cargando paquetes, bolsas y todo eso. Otras tantas haciendo filas interminables delante de la puesta de un local comercial.
En una de esas filas estaba la Juana, escondida detrás de una mascarilla, y que cuando me vio ocultó la cara para que no la reconociera.
Pero me fui derecho donde ella:
– Juana… como estás! ¿Qué estás haciendo aquí, loca?.
Ella pretendió que me dirigía a la persona de atras, pero no.
– Bueno, aquí estamos viendo si compramos alguna cosita ¡no?… para los
niños.- dijo finalmente.
– Ah, ya… pero te queda harto rato para esperar – comenté observando la
longitud de la fila.
Y todos en la fila, apartaban la vista, como avergonzados.
El que no parecía avergonzado, era el compadre Moncho que, una cuadra mas allá, regresaba a la casa con un Tv Plasma de 40 pulgadas al hombro.
– Le hice caso a la Ministra e hice zumbar el 10 % en un plasma, compadre. – dijo a la distancia muy suelto de cuerpo, y siguió campante calle abajo.
Entre esta multitud de rostros ocultos tras una mascarilla trato de descubrir a alguien conocido, pero nadie quiere ser identificado.
Voy finalmente de compras al supermercado y tampoco encuentro caras amigas. Además todos parecen apurados, en conservar la distancia y salir luego del local.
Regreso caminando a casa con las bolsas, porque la Gorda, me prohíbe hacerlo
en colectivo y me detengo en la esquina de Vicuña Mackenna y Victoria a esperar
la luz verde para cruzar.
Y como no vienen autos subiendo por Vicuña Mackenna, doy unos pasos adelante y
me detiene una voz que me dice:
“Tenga precaución al cruzar”.
Me detengo asombrado y miro hacia todos lados. ¡Pero no hay nadie!.
Hago un nuevo intento de avanzar y de nuevo la misma voz:
“Tenga precaución al cruzar”.
Y ahí me doy cuenta que es el semáforo que me habla.
Y me baja la rabia, me vuelvo y le digo:
– Señor, usted no me puede ordenar a mí. Yo ( y me golpeo el pecho con la mano) soy más autoridad que usted …
De pronto a mi alrededor se ha formado un pequeño grupo que miran asombrados. Escucho una voz que dice: Cacha, al Banic parece que le ha afectado mucho el encierro: está discutiendo con el semáforo.
Y entonces decidido, llego y cruzo la calle, sin importar los bocinazos, los gritos y la voz que insiste mis espaldas : ” “Tenga precaución al cruzar”.
¡Me vengan a fiscalizar a mí, caramba!
Mario Banic Illanes
Escritor