A menudo algunos apoderados reclaman impetuosos en los colegios que cómo se les ocurre a los profesores darle tal libro para leer a su niño/a. Entre los argumentos que sostienen es que son caros, muy caros, que dónde los compran, títulos difíciles de conseguir y para colmo, salen del colegio y de nuevo una o dos horas más pegados a otros libros… En fin.
¿Será tan así? Desglosemos esta seguidilla de argumentos y comparemos estos usos.
El libro es un instrumento que puede llevar a la socialización de su contenido, es decir, padre, madre e hijo pueden leerlos juntos y compartir sus experiencias en torno a la lectura. A diferencia del celular, tablet o juegos electrónicos que prácticamente constituyen un mundo aparte y de soledades.
Con el libro se crea y recrea la historia, puedo hojear y ojear cuántas veces quiera, este proceso constituye una cercanía entre el libro y el lector, no necesita de un sistema que me permita “conectarme” con el libro. Sin embargo, el uso del celular requiere la tan anhelada “señal” para su uso y estamos como locos con la mano levantada buscando la conexión porque sin ella, la Tablet y el bendito celular no existe. El libro en la inmensidad de una montaña, a la luz de una escuálida vela en un cuarto sencilla de un escondido pueblo sigue deleitando nuestra imaginación.
El libro en una estantería pareciera estar diciéndonos, “eh aquí estoy ¿cuándo empiezas a leerme nuevamente?”. Por su tamaño es menos probable su desaparición y olvido, en cambio, un chip, un pendrive, si se pierden, nos joden la vida por mucho tiempo.
Según algunos estudios médicos, estar mucho tiempo frente a una pantalla conlleva una serie de problemas de salud, entre ellos, problemas de visión, de audición, desconexión con el entorno, entre otros. Leer un libro nos lleva a la imaginación y nos suprime de la ignorancia y de la iconografía de la mala escritura.
Con el libro desarrollamos la argumentación, retenemos visualmente el uso correcto de la ortografía, buena redacción y vocabulario . Con el uso del celular o la Tablet estamos propensos a que se nos graben palabras atrofiadas, anfibologías o ambigüedades lingüísticas, apócope, uso excesivo de pleonasmo, etc.
Por último, con la lectura de un libro podemos detenernos cuantas veces queramos, no ocurre así con los aparatos tecnológicos, se nos acaba la batería, y estamos en problemas.
No estoy diciendo que hay que deshacerse de este aparataje tecnológico, sino que racionalizar y priorizar su uso dependiendo de nuestras necesidades y tiempo. Me incluyo, debemos canalizar de una forma correcta el uso de estos elementos porque son parte de nuestra vida, pero que no tomen el control de ella.
Querida mamita. Estimado papá, no reclame si en el colegio de su hijo el piden el libro tanto y que se llame tal, le apuesto que no vale más que el último celular que le compró a su hijo y cuyo valor de seguro es sobre los cien mil. ¿Le reclamó al vendedor el precio y la marca? Con el valor del último modelo de Smartphone que tiene su hijo se compra diez libros al menos, y le aseguro, le servirán para toda su vida. Tampoco cuestione que pasen largas horas en su casa después del colegio leyendo un libro. Compare cuántas horas su hijo lee y cuántas horas su hijo está frente a un celular o la televisión.
Sonia Alejandra Guerrero