
-¡¡Viejito, se cayó una de las Torres en Nueva York!!
Con mis elementales conocimientos de diseño estructural y creyendo siempre en la pasión de los estadounidenses de hacer las cosas bien, dije:
-Imposible viejita. Esos edificios aguantan más que un avión.
-¡¡Pero si lo acaban de mostrar por la tele!!
-A ver.
Lo único que vi, cuando fui a mirar la pantalla, era una monstruosa nube de polvo. Y – debo reconocerlo – esperaba que cuando el polvo se disipara, la Torre, o lo que quedara de ella, todavía estaría en pie.
Me equivoqué. La primera Torre había desaparecido y, para desgracia de la humanidad, luego vendrían la otra, dejando a más de 2000 familias, un dolor indescriptible.
Y al resto de la humanidad sumiéndola en la incomprensión de hasta donde puede llegar el hombre en su maldad.
Verlo por la tele en el 2001, y estar hoy 2016, en vivo, tocando los fierros retorcidos, mirando de muy cerca los carros de Bomberos aplastados, los papeles chamuscados que caían desde lo alto, los lentes ópticos, los radio, en fin lo que quedó de este desastre es una experiencia dramática.
Podría estar mucho rato escribiendo de mis sensaciones, mi pena, mi rabia, y mis deseos que tuve de alejarme pronto de este Memorial, pero este no es el medio apropiado.
Solo contarles que, a la distancia, y visto en una pantalla de TV, uno no logra dimensionar esta tragedia de la humanidad.
¿Qué pasó realmente? No sé.
Se ha hablado tanto de conspiraciones, estudios, opiniones, dudas, etcétera.
Solo sé que esto representa uno de los hechos más repulsivos de los que “el hombre” pueda sentirse «orgulloso».
Un abrazo
Pedro Vargas