Muchos/as, demasiados desafortunadamente, fueron formados con aquella sentencia taxativa que decía: “en esta casa no se habla de política ni de religión”. Los padres, los abuelos, creían que así no habría problemas en la familia. Una buena intención, quizás. Empero, vivir bajo esa premisa traía como consecuencia el no poder debatir algún hecho, ni intercambiar ideas u opiniones y mucho menos respetarnos. Además, otros tantos crecieron en una época donde hablar de política era ser comunista o de Pinochet y ser comunista era básicamente adorar al diablo y ser de Pinochet era ser fascista (¿?). A todas luces, extremos irreconciliables. Y digo irreconciliable porque hoy, a 50 años de uno de los peores momentos de nuestra historia (hubo otros terribles también) al parecer todo sigue igual: se trata de imponer a toda costa una verdad que pisotee la del otro.
En esta mirada quincuagenaria de la historia, tenemos todos una responsabilidad supina. Es que no debemos ver solo uno o dos lados de la moneda, pues podría tener perfectamente 6 lados que observar. Y la lógica sigue siendo paupérrima: o eres comunista o eres de Pinochet. ¿Qué sociedad hemos construido en estos 50 años que aún vemos a quien cree en un estado fuerte o un estado mínimo, como el enemigo? Así fue como comenzó todo, entonces ¿nada hemos aprendimos de la historia? ¿Cuál será el legado de quienes ostentan el poder respecto de ese momento de la historia? Y lo que es más importante aún ¿Cuál será tu legado, nuestro legado para las generaciones venideras? Tener una postura ecléctica al respecto es pisar sobre una línea muy, muy tenue.
Es probable que jamás exista una sola mirada respecto del 11 de septiembre en sí o más bien, sobre lo sucedido después, pues la historia, que aún se enseña en líneas de tiempo, jamás ha sido lineal ni secuencial , si no consecuencial; Me recuerda esto la célebre frase: ”la historia la escriben los asesinos” (La Historia Oficial.1985,Luis Puenzo, Premio Oscar a la Mejor Pelicula Extranjera), digo, no existirá jamás una historia oficial, única, consensuada porque ese trozo de historia tiene demasiados aristas y se puede analizar desde cada una de ellas: económica, política, volitiva, moral, ontológica, religiosa, axiológica, artística, etc, etc, etc. Sin embargo, ¿hasta dónde debemos desconvenir los hechos o las opiniones?
A diario veo y escucho que las verdades sólo se escuecen desde el negacionismo o desde la ceguera de leche, como diría Saramago. Me ha tocado compartir y escuchar a quienes no están de acuerdo ni con los contenidos de la asignatura de Historia y Geografía porque “así no pensamos en mi familia” y “son posturas comunistas” (¿?); he conocido de cerca, demasiado cerca, a quien hubo de perder esposo, un hijo/a, un amigo/a y el dolor de no saber qué sucedió con ellos/as; he compartido con quienes tuvieron que seguir órdenes porque así debía ser y de esas vivencias y sensibilidades aprendí que se deben respetar a todo/as independiente de lo que yo mismo crea, sienta o piense, porque cada cual tiene sus dolores, sus trincheras, sus alegrías y sus fantasmas. No por ello les demonizaré, ni les denostaré ni les trataré como enemigos, que es lo que vemos cada dia en la TV o en las declaraciones de ciertas autoridades.
Buscar el sentido común puede resultar un esfuerzo cerril. Me sucede que a veces es difícil entender a quienes condenan el aborto los domingos, pero el lunes aplauden las torturas o los asesinatos o desapariciones de aquellos años (Véase declaraciones republicanas) o me cuesta entender a quienes condenan las ganancias de la propiedad privada pero siempre buscan la forma de cómo tener más y llenarse los bolsillos (véase Caso Convenios). Sin embargo, ese trabajo es urgente y necesario.
El sentido común debe ser la base axiomática que dé cuenta del legado que debemos heredar respecto a los hechos que esta semana recordamos. Debemos sostener en el respeto la humanidad que queda, tanto en los consensos y en los disensos; debemos sanarnos como sociedad, (como dice mi hijo) y no volver a exacerbar los traumas que seguimos viendo en declaraciones ciegas y contrapuestas.
Yo tengo mi visión y la declaro siempre abiertamente; Tú, él, ella, nosotros/as, vosotros/as y ellos/as también tienen su visión, pero les invito a ir más allá de esos 50 años de una fractura que aún no termina de cicatrizar para que nunca más, de verdad nunca más, vivamos los errores y horrores de ese pasado que aún nos daña.
Así, desde tu postura respecto de un lado de la moneda, desde tu trinchera, desde tus fantasmas debes preguntarte ¿cuál será mi legado? De eso depende también parte de nuestro futuro como país».
Por Carlos Ardiles Irarrázabal