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Opinión: «Cuando un beso se convierte en amenaza»

Con esas dramáticas palabras comenzó su mensaje un libre pensador uruguayo que envió a sus amigos, días antes de fallecer víctima del corona virus.

Qué poderosa imagen de cómo se nos ha trastocado el mundo: el beso como expresión de amor, cariño, amistad y pasión se transformó, producto de la pandemia, en un acto humano  a evitar, en algo sospechoso, en algo atemorizante.

Lo anterior es la gráfica del momento que estamos viviendo;  que a juicio del Gran Maestro de Gran Logia de Chile es el preciso “para reconocer lo infinitamente débiles y vulnerables que somos, creyendo que somos superiores”, para “pensar que tenemos la oportunidad de ser mejores y tratar de comprender donde está lo bueno, donde está el bien. Para aprender que sólo la bondad supera nuestro primordial egoísmo, codicia y ambición”. “De pensar que nos debemos los unos a los otros” y termina diciendo que es la ocasión “que la ciencia sea escuchada por sobre la soberbia de las opiniones».

Es el “momento de los filósofos” como dijo un ministro de nuestro país, dándole la razón a todos aquellos que impugnaron con argumentos y vehemencia las decisiones de autoridades educacionales de eliminar esa rama del saber humano del currículo escolar, porque precisamente, la vida entera es un desafío a la búsqueda de su comprensión, sentido y destino.

La trilogía del ¿qué somos?, ¿de dónde venimos?  y ¿hacia dónde vamos?, preguntas acuciantes, que suelen pasar al desván de lo inútil, aparecen con toda la fuerza cuando sentimos que todo aquello en que habíamos creído: el bienestar constante, el consumo como norte, la acumulación de riqueza desenfrenada, en la superioridad de clase, raza y posición social, se nos derrumba, derrotada por un  organismo  que no vemos, pero que nos invade y nos mata.

Este es el momento de la conciencia. En la región  y el país  aumentan los casos de contagios cada día con su secuela de muertes. Ante esta situación, tenemos el mandato ético de cada uno de nosotros considerarnos una arma mortal. Sí, leyó  bien: somos un arma mortal, si no nos cuidamos, si faltando a la fraternidad nos exponemos innecesariamente al contagio, transformándonos en mensajeros de la muerte. Sí, así tal como lee, me contagio y seré la mecha que iniciará una camino que tarde o temprano llegará a alguien vulnerable que terminará en un ventilador mecánico y posiblemente muerto.

Es el momento entonces, de que entendamos que  sólo integrándonos a una gran cadena de Solidaridad, Fraternidad y de Bien Común, conseguiremos terminar con la propagación de la enfermedad y así el beso dejará de ser una amenaza, para volver a ser lo que  siempre ha sido: expresión del más alto afecto humano.

ES LA HORA DE SER MÁS HUMANO QUE NUNCA Y MÁS HUMILDE QUE SIEMPRE.

MARIO BONILLA RAMÍREZ
Delegado Jurisdicción La Serena
Gran Logia de Chile

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