Soy feliz,
Soy un hombre feliz
Y quiero que me perdonen,
Por este día
Los muertos de mi felicidad.
(extracto de Pequeña Serenata Diurna, Silvio Rodríguez)
La primera aproximación derivada del título de estas líneas nos lleva a un sinfín de poemas y obras literarias que se han escrito a lo largo de la historia en nombre de la felicidad. De tan extenso listado, surge indefectiblemente que hay tantas felicidades, entendidas como estados de felicidad, como seres que se sienten felices.
Entonces, el pensamiento nos lleva a la imperiosa necesidad de discernir si acaso existe una «filosofía» de la felicidad. Y comienzan los problemas. Hoy por hoy no existe una corriente de filosofía de la felicidad estricta, orientada, determinada y ni siquiera determinable; personalmente, creo en la libertad del pensamiento y en el uso de la razón humana para descubrir la verdad.
Así, nos queda determinar qué debemos entender por las voces rectoras del título de estas líneas, y recurriendo al Diccionario de la R.A.E., se determina que “Búsqueda” es la “Acción de buscar”, y “buscar” es “Hacer algo para hallar a alguna persona o cosa.” Por su parte, la voz “Felicidad” es un “Estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien.” o como: ”Satisfacción, gusto, contento.” Finalmente, la palabra “Filosofía” es tenida por “Ciencia que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales.” Pero bajo esta misma definición es que encontramos dos derivadas para definirla como ”Filosofía moral: La que trata de la bondad o malicia de las acciones humanas” y como “Filosofía natural: la que investiga las leyes de la naturaleza”.
Avancemos entonces, en este marco conceptual. A lo largo de la historia humana conocida, han sido múltiples los intentos para definir lo que se debe entender por “felicidad”, y cada aproximación obedece, irremediablemente, a una realidad histórica en un contexto temporal y espacial. Y para no hacer un texto extremadamente complejo, circunscribiré este recorrido a cuatro corrientes que han influido en la cultura occidental moderna:
1.- Eudaimonía. Felicidad y realización.
La eudaimonía nos propone la existencia de este bien supremo, que es la actividad del alma racional de acuerdo con la virtud, sean estas virtudes intelectuales o morales. Este es, pues, el concepto filosófico clásico griego, que es traducido como “felicidad, bienestar o vida buena”, proponiéndose también como sus traducciones “florecimiento humano” o ”prosperidad”, y encontrando sus raíces etimológicas en las voces “eu” (bueno) y “daimon” (espíritu).
Si bien el término se atribuye clásicamente a Platón, todo parece indicar que resulta correcto situarlo con posterioridad, pero al alero de sus seguidores en la Academia Griega. Aristóteles nos dice al respecto que parece claro que la eudaimonía es el bien más elevado para los seres humanos, pero que hay un desacuerdo sustancial sobre qué tipo de vida se considera se debe hacer para vivir bien. Posteriormente, Epicuro introduce un nuevo elemento en esta discusión, señalando que para lograr efectivamente la eudaimonía es preciso poseer una actividad virtuosa según la razón, y va un poco más allá al sostener que la vida del placer coincide con la vida de la virtud.
2.- Felicidad como búsqueda de placer.
La escuela de Epicuro, en la evolución que esbozaba en el párrafo precedente, defendía que la felicidad se obtiene a través de la búsqueda del placer, pero no cualquier placer mundano – terrenal – profano, sino que a un tipo de placer superior, de aquellos que al obtenerlos no generan un dolor mayor en el futuro. Por ejemplo: la lujuria. Pero incluso ellos tenían claro que perseguir placeres banales (como los “me gusta” en IG) resultaba ser un espejismo y contraproducente, en definitiva, pero que los placeres de la mente acercaban mucho más a la felicidad. Más contemporáneamente, John Stuart Mill ha defendido la idea de que los placeres intelectuales son los que se deben perseguir si uno quiere ser feliz, y así tendremos una sociedad feliz.
3.- Felicidad como aceptación.
Aristóteles ya nos anunciaba que una persona feliz debía ser justa, valiente, prudente y sabia. De esa fuente, la corriente estoicista plantea que la práctica de la virtud no es un fin en sí mismo, sino que un medio. Y el verdadero fin del estoicismo es la ataraxia, la imperturbabilidad del espíritu, aquél que no es dominado por las cosas que le duelen como la traición, la decepción, la tristeza o la frustración.
Y, casualmente, esos mismos elementos se encuentran hoy en día inmersos en las causas de las depresiones, como uno de los cuadros clínicos de salud mental más comunes en nuestro país. En este punto es donde estoicos y epicúreos se encuentran: persiguen un alma en paz; unos evitando el dolor, otros gobernando el dolor. Pero ambos, mediante aceptación y armonía del espíritu.
4.- Felicidad como suspensión del juicio.
Aquí ocupa un lugar la corriente de los escépticos, que definen todo su pensamiento como epojé. Para los escépticos no hay nada sobre lo que podamos establecer un juicio definitivo, no podemos negar ni afirmar nada, así que la única forma que tenemos de vivir es de acuerdo con nuestra naturaleza, con nuestra propia esencia, ya que, si rechazamos parte de lo que en realidad somos, nos alejamos de la felicidad. Aquí la clave parece ser la aceptación.
Entonces, ya podemos vislumbrar que la humanidad ha estado desde siempre en búsqueda de la felicidad, desde que la encontraba en la simpleza de la contemplación de las estrellas, en el devenir de las aguas del río, en el movimiento constante de las manadas, en el devenir perfecto de las estaciones del año, hasta que estuvo preparado para buscar la felicidad en la causa y origen de las cosas descubriendo leyes universales, leyes naturales inmanentes a la condición humana, en la esencia de las cosas, en el pensamiento y uso de la razón, para luego intentar aproximarse a la felicidad a través de la conquista de nuevos territorios, a la expansión de la fe, a la culturización de nuevos pueblos, buscándola luego en las consecuencias de los procesos, en las luchas de clases, en los orígenes de las naciones, en el mercado, en el capital, en las cosas, en el espacio, en dioses diversos, en el ego.
Pero, instalado el debate, resurge la duda entonces de si la filosofía busca la felicidad.
¿Será acaso que la recurrida búsqueda histórica de la filosofía nos puede llevar a desentrañar un estado de felicidad en sí? Creo que no, ya que esos procesos son internos e íntimos. Y colectivamente sólo pueden compartirse.
Y es aquí en que debe centrarse la felicidad del ser humano, en tanto comprender que individualmente y como especie ha recorrido un camino en que ha debido despojarse de lo malo para no recaer en él. Que ha adoptado las virtudes necesarias para ser un referente, un ejemplo, un ser distinto en un mundo donde el propio ser humano se ha reducido a un código Quit Response, o QR, que almacena los datos básicos y de una forma rápida pretende definirnos, cuando el ser humano debe haber comprendido que cada individuo es un ser complejo, completo, diverso y, al mismo tiempo, parte de un todo.
Y así como es en el cielo, deberá serlo en el suelo, ya que de nada nos puede conformar una apariencia de humanidad, cuando en realidad seguimos siendo los mismos y peores imperfectos.
De esa forma, cada uno de nosotros podrá elegir qué le hace feliz. Y quizá lo encontremos en un recuerdo, en el petricor, en el bermellón de un atardecer junto al mar, en el desfallecer de los amantes, en el parto de nuestros hijos, en el pálpito de las manos de la mujer que amamos… en la soledad de un libro, en la profundidad de una copa de Carmenére, en la difuminación del humo de nuestro cigarrillo, en eso que usted está pensando en este preciso momento.
En algo y en un momento determinado, somos felices. Y le deseo millares de momentos como ese. Cual si fuera un círculo o un vórtice, tal vez un permanente dejá vu, la humanidad ha debatido y propuesto múltiples ideas sobre la felicidad. Corrientes filosóficas completas, y grandes pensadores, han intentado dar una respuesta integral.
Pero, así como la humanidad evoluciona, y no es lo mismo antes que ahora, ni será igual ahora que el mañana, la existencia de cada individuo implica -o debiera implicar- una permanente evolución.
Para el común de los humanos, esta es una opción propia del libre albedrío. Pero para los hombres buenos en general, el descubrimiento de la felicidad debe ser una constante. Elija en qué creer, elija qué verdad seguir, interprete su propia existencia como su conciencia, de manera visceral, se lo imponga; y nunca olvide buscar permanentemente, la felicidad.
Claudio Dalidet Belmar