InicioOpiniónBlogs / ColumnasOstiones, sol y lobos juguetones: crónica de un día en Guanaqueros

Ostiones, sol y lobos juguetones: crónica de un día en Guanaqueros

El sol se alza sobre Guanaqueros como un artista que despliega su paleta de colores: el azul del cielo se funde con el turquesa del mar, y la arena dorada brilla bajo la luz matutina. Este rincón de la Región de Coquimbo, en Chile, parece diseñado para los días lentos, donde el tiempo se mide en olas y el aire huele a salitre y libertad.  

La playa, tranquila y de aguas calmas, invita a caminar descalzo. Las embarcaciones de pescadores mecen su silueta en el horizonte, mientras niños corren entre las marejadas bajas. Pero hoy no es solo un día cualquiera. Guanaqueros, conocido por su tesoro gastronómico —los ostiones—, ofrece un festín para los sentidos. En los puestos junto al muelle, las conchas se apilan como joyas recién extraídas del océano. Los vendedores, con manos expertas, abren los ostiones frente a los curiosos: un golpe certero, un giro rápido, y ahí está, la carne nacarada y fresca, lista para ser rociada con limón y devorada en un bocado. «¡Recién salidos del agua!», grita Doña Marta, cuya sonrisa y delantal manchado de sal revelan décadas de oficio. El sabor es una explosión de mar, un recordatorio de que aquí la generosidad del Pacífico no conoce prisa.  

Mientras saboreo el último ostión, un rumor de aletas y resoplidos capta mi atención. En el muelle, los lobos marinos han llegado como invitados ilustres. Nadan en círculos elegantes, asomando sus hocicos curiosos entre los botes. Uno de ellos, de pelaje oscuro y mirada traviesa, se acerca a un pescador que remienda redes. Con un gruñido amistoso, parece pedir su porción del botín. El hombre ríe y lanza un pescado pequeño al agua; el lobo lo atrapa en el aire con destreza de acróbata. Es un baile ancestral entre humanos y naturaleza, un pacto no escrito donde ambos comparten las riquezas de este mar.  

La tarde cae con suavidad. El sol, ahora dorado, tiñe de rosa las nubes y proyecta sombras alargadas sobre la costa. Caminando de vuelta por la playa, el murmullo de las olas se mezcla con las risas de los bañistas. Guanaqueros no necesita grandes monumentos: su magia está en lo sencillo. En el vuelo de una gaviota, en el sabor de un ostión recién abierto, en la complicidad de los lobos que saludan al atardecer.  

Al partir, llevo conmigo la certeza de que este pueblo, donde el mar es dueño y anfitrión, guarda en sus aguas la esencia de lo auténtico. Un lugar donde los días hermosos no son una excepción, sino una promesa.

Por Iván Ramírez,
Escritor

OvalleHoy.cl