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Ovalle, Patrimonio cultural de la humanidad.

Ovalle, ciudad que despierta, se moderniza y de a poco empieza a figurar incluso en la memoria de los propios chilenos. Pocos saben que en estas tierras de valles transversales nacieron los insignes   Luis Sepúlveda y el carismático David Ogalde, por este generoso terruño   tuvo  un significativo y fugaz paso   el gran escritor  Gonzalo Rojas, quien pasado los años fue declarado  hijo ilustre. Aquí  emergieron  y  se forjaron los periodistas Lincoyán Rojas Peñaranda y Mario Banic Illanes.

Ovalle como no declararla  ciudad típica chilena, en ella confluyen la riqueza del campo, las tradiciones rurales y campesinas con los sabores típicos de esta ciudad, el olor inconfundible de sus viñas  en que sus frutos de primera calidad son productos y sellos de exportación, el paisaje cálido de sus cerros, el inconfundible  paso por   sus calles angostas. Esta ciudad  empieza  a ser  para muchos   una alternativa para tener una residencia definitiva después de años de trabajo. Su historia es parte también  de los parques que la rodean: “Fray Jorge”  y el monumento histórico “Valle del Encanto”, el “Monumento Natural  De Pichasca”.

Es  justo decir que quien escribe es amante de la brisa marina y  de los tropicales amaneceres de otras latitudes, pero Ovalle tiene esa identidad que no tienen las otras ciudades de Chile: Su imponente plaza, a mi parecer, una de las más bellas de Chile,  en su bello  escenario, con forma de trébol, empiezan a escucharse las más bellas retretas musicales  del Orfeón  Municipal que todos los domingo  con su variado repertorio animaba hasta el más deprimido (debo corregir: anima).  Su  colorida y aromática “Feria Libre” con  su gente emprendedora, empapada  de cariño y amabilidad  y que desbordan en buenos deseos cuando se les visita. Sus  liceos emblemáticos como el  A-9 y El nostálgico Liceo de Niñas. Aún observo con cierta  nostalgia  los domingos en la tarde  en la gastronómica  Ariztía Oriente las filas  de estudiantes  universitarios esperando   tomar los buses “Cormar , Serena Mar, Horvitur”    para emprender  viaje a la Serena y Coquimbo  y a varios de ellos  salir de la “Polloteca” con un gran paquete de  rebosadas papas fritas mirándolas como queriendo pedir su últimos deseos.

Abriendo el imaginario baúl de los recuerdos, debo suponer  que todavía revive en la  mente  de muchos, en la década de los 70,  el recordado  camión fletero  “Coralito” que recorría las calles aledañas al hospital, Tocopilla, Benavente, entre otras  y servía como transportista para algunos sectores rurales Montepatrinos. El apogeo del Mercado Municipal y sus cocinerías que parecían estar en el borde costero, porque sus exquisiteces marinas era lo más apetecido del Centro.  Aún  vive en mi memoria el personaje pintoresco,  el famoso “Carlitos Socos”, que recorría las calles  que circundaban la Alameda    y luego se  instalaba en los paraderos de las micros rurales apostadas en la Feria , provocando risas y burlas  por sus estrafalarios atuendos y forma de expresarse. Otro espectáculo digno de conocer las micros de la Feria, después  de las quince horas, la Feria y sus alrededores se convertía en un paisaje inerte, pues ese mini centro neurálgico y financiero lo conformaban exclusivamente  las personas del campo que venían con sus quesos y cueros de cabras apostados a tempranas horas de la mañana en la Alameda  gritando sus tan apetecidos productos que generalmente iban a parar a las Talabarterías y a los Almacenes del centro. Por  las tardes    las micros    parecían orugas vistiendo trajes coloridos y contorneándose al son de las tertulias de  sus pasajeros y a la gran cantidad de peso  (víveres, muebles, vestuario) que llevaban en sus parrillas , se convertían prácticamente en almacenes ambulantes en donde la música ranchera ocupaba un lugar especial para los alegres visitantes acompañados del famoso “Chamacote” y su inconfundible voz a través de la radio Norte Verde, )   cómo no evocar al tío Julio, el caballero cojito  que se paraba con sus viejas muletas  en los paraderos de la Feria  a pregonar los destinos y recorridos de las micros urbanas  con un vozarrón que ya lo quisieran varios: “ ¡Jotateoooó, Media Hacieeeenda,  Limariiiií!”.  Tantos  recuerdos de ese Ovalle empobrecido, pero rico en aventuras y en solidaridad que a pesar de su empuje económico se echa de menos.

Ovalle zona abrazada por valles y montañas  que despiertan los más bellos paisajes en todas las estaciones: un imponente paisaje  cordillerano nevado, postal de  panorámicas hogareñas en los sectores altos de la ciudad  en invierno; una melena castaña  cubierta de olores y sabores cubre  los suelos  de sus pueblos en primavera; una ventisca  sofocante  renace en verano para acompañar  el merecido descanso playero; unos amaneceres nebulosos  que bañan sus  quebradas y estancias  en otoño.

Cómo olvidar el tan famosos y repetido  “Ovalle Ovalle”, que más que indicarnos la partida de Serena o Coquimbo hacia Ovalle, nos recuerda que estamos en una ciudad  en donde ni el Mall, ni el Casino, ni  la expansión inmobiliaria,  ni el famoso texto publicitario de Gonart nos  puede alejar de lo que significa verdaderamente ser ovallinos. Por esto y mucho más  a los ovallinos deberían declararnos: Patrimonio Cultural De La Humanidad.

Sonia Alejandra Guerrero
Profesora

OvalleHoy.cl