Es la pregunta que hoy se hacen varios centenares de hinchas que el sábado pasado quedaron sin entrada para ingresar al partido entre Provincial Ovalle y Cobreloa en el Estadio Diaguitas.
Las autoridades policiales y provinciales, para garantizar la seguridad y la normalidad del compromiso deportivo, sólo autorizaron un aforo de 3.250 espectadores en un recinto diseñado originalmente para 5 mil .
Esto no sólo privó a muchas personas el ingreso al recinto para ser testigos de un partido que tenía la característica de ser el primer juego oficial que se realizaría en el nuevo reducto de la avenida La Chimba, sino además causó un grave deterioro en el patrimonio económico del club dueño de casa.
Por una parte por aquel millar de entradas que no fueron autorizadas, sino también por los alrededor de 40 guardias de seguridad que el club se vio obligado a contratar, con una costo cercano a los 2 millones de pesos.
Entendemos que existen normativas que regulan los espectáculos del futbol profesional chileno, enmarcadas en la Ley de seguridad en los Estadios, que buscan conservar la normalidad en el interior de los reductos deportivos del país, que a menudo suelen ser empañados por la actuación de los hinchas o terceras personas.
Sin embargo , como toda ley, esta debería ser flexible.
Porque no se puede dar a un partido como el del sábado el mismo tratamiento que se debiera conceder a un partido como el de Colo Colo con Universidad de Chile, en el estadio Monumental. O, por último, un clásico regional como Ovalle con La Serena o Coquimbo, donde existe una rivalidad tradicional que va mucho mas allá de lo netamente deportivo y existe riesgo de fricciones entre ambos sectores.
El partido del sábado entre Provincial Ovalle y Cobreloa, sin embargo, tenía una característica especial y es que entre ambas hinchadas hay mas cosas que los unen que aquellas que los separan. Esto es una larga tradición de amistad entre las ciudades, por la presencia de gran cantidad de jugadores ovallinos que alguna vez vistieron la naranja. Sumado a que gran parte de la hinchada de los zorros son ovallinos que residen en Calama o que alguna vez lo hicieron con sus familias. Fue así como el sábado se pudo ver en el reducto Diaguita mezclados en las tribunas hinchas vistiendo la camiseta de ambos conjuntos.
¿O desconocían eso los encargados?
La prensa local también sufrió los rigores de estas extrañas normativas que llegan desde Santiago. Por ejemplo obligar a los encargados de cubrir el partido llegar a las 14. 30 horas para la entrega de credenciales y petos que les permitieran cumplir su labor, en un partido que comenzaría casi tres horas después.
Alguna vez comentamos que los periodistas antiguos, aquellos que vivimos la época romántica del futbol profesional, echamos de menos aquellos años en los que íbamos al futbol como a una fiesta familiar, en la que todos nos conocíamos nos respetábamos. Desde el encargado de la puerta, el que te abría la reja para ingresar a la cancha a tomar imágenes y conversar con los jugadores y protagonistas, y para los que la mayoría de los espectadores eran rostros familiares.
Hoy cada uno de nosotros que asiste a un partido de futbol en el que juega el equipo de tus amores es sospechoso de ser un potencial riesgo y se debe someter a las exigencias de seguridad, a cargo de desconocidos, como si fuéramos el enemigo público número uno.
Como dice aquel viejo refrán popular que “los cuidados del sacristán matan al señor cura”, la Ley de Seguridad en los estadios, no por mala sino por los criterios con los que es aplicada, … están matando al futbol.
M.B.I.