Me duele por la tragedia de la zona centrosur que ya ha costado la vida a nueve personas, me duele por los cientos de hogares consumidos por el fuego, me duele por la destrucción de tantas fuentes de trabajo, por la devastación que sufren nuestros campos. Me duele por todo eso.
Me duele por la lentitud con la que han reaccionado algunas autoridades ante la emergencia, pero más me duele ver como sectores de la oposición pretenden tomar ventajas vergonzosas de todo esto y obtener futuros dividendos político electorales. Desde alcaldes que por ganar minutos en la televisión o en las redes sociales lanzan declaraciones que no contribuyen sino a encender más los ánimos y no a unir esfuerzos.
Me duele el tratamiento que algunos medios de comunicación dan a informaciones, confundiendo a sus lectores, según su conveniencia.
Pero me duelen más las redes sociales que llegaron en su momento para democratizar la información, aunque sus creadores nunca pensaron el nivel de irresponsabilidad y de bajeza con que estas son utilizadas por muchos cibernautas para difundir información errónea sin siquiera preocuparse de verificar su autenticidad; por utilizarlas para difundir, a sabiendas, información falsa que ayude a pequeños o grandes propósitos. O a dar a conocer verdades a medias, que son las peores de todas porque el receptor ignora donde termina la verdad y donde la mentira.
Y he visto con dolor como a través de ellas amigos míos, conocidos, de uno u otro lado, contribuyen a echar combustible a este fuego descontrolado de la opinión pública, y luego se sientan, a miles de kilómetros de distancia a observar como el fuego de las reacciones se incrementa, crece y se difunde.
Y nada, nada, nada de lo que se haga posteriormente logrará detener este incendio descontrolado. No hay aviones milagrosos que ayuden a sofocarlo. Porque siempre algo quedará.
Ellos son tanto o peores que aquellos que en los cerros de la zona supuestamente estarían causando estos brotes de fuego, y le causan un daño enorme, y casi irremediable al país convirtiendo en cenizas la confianza, y la credibilidad. Siempre viste a tu vecino como una persona seria, mesurada, criteriosa y de pronto te confunde con una opinión en Facebook o twitter que se aleja de aquello, por lo falsa e irresponsable.
Siempre nos hemos caracterizado (y casi vanagloriado) de nuestra unidad para enfrentar catástrofes de todo tipo, en los momentos difíciles echarnos las diferencias al bolsillo para cogernos de los brazos y tirar hacia adelante para reconstruirnos como país.
Hoy no lo estamos viendo. Podremos tal vez volver a levantar las casas, resembrar los campos, plantar los árboles, etc… ¿pero podremos restituir la confianza, y olvidar todo lo que se ha dicho en estos días?
¿Qué ha cambiado en nosotros?
Hago un llamado a mis amigos, a las personas que viven en Ovalle y en la provincia del Limarí a dejar de lado estas actitudes, y tratar de hacer algo constructivo. Enviar mensajes de aliento a nuestros compatriotas que sufren, frases de aliento a los cientos de bomberos, brigadistas, carabineros, voluntarios que trabajan de sol a sol para detener el avance del fuego, aún a costa de sus vidas. O ir al supermercado para comprar raciones de agua, alimento, para enviar a quienes trabajan en estas condiciones tan difíciles. En fin, tantas cosas positivas que se pueden hacer.
Sabemos que las cosas no se han hecho todo lo bien que hubiéramos deseado – llámese negligencia, indolencia, falta de experiencia del gobierno al enfrentarse a algo nunca visto en el país – pero ya habrá tiempo para pasar la cuenta. Ahora es el momento de trabajar, apoyar, ayudar.
Porque, ¿quiere que le diga? Este que estoy viendo no es el país que conozco. Y me duele.
¡Puchas que me duele!!
M.B.I.