Señor Director:
No pocos amigos del tío Sam están desconcertados porque el nuevo presidente de los Estados Unidos ha eliminado de un sitio web gubernamental una sección que estaba en castellano. No hay bien que por mal no venga. Quizás ello nos incite (por despecho) a estimar más nuestro idioma.
En todo caso, por acá las cosas son diferentes. De hecho, las élites latinoamericanas cada día se afanan más por introducir un sinnúmero de anglicismos en el lenguaje cotidiano y aspiran a tener, en el corto plazo, una población bilingüe.
Por acá, da lo mismo cuán mal se hable el español, lo importante es hablar bien el inglés. Ojalá pensar y escribir bien en inglés. Sobre todo, pensar.
En tal sentido, las élites sudacas se parecen bastante, en este punto, a los miembros de la elite rusa de la época del Zar Alejandro Primero. Sus miembros se comunicaban en francés (toda la alta sociedad rusa, incluso los oficiales del Estado Mayor del general Kutuzov) mientras Napoleón asolaba su país y Moscú era arrasado por el fuego y saqueado por los franceses.
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Mi mundo llega hasta donde llegan mis palabras, decía una poetiza que veraneaba en Pulpica, a orillas del río Grande. A ello habría que agregar que el imperio comienza por la palabra. En efecto, el colonialismo más sutil, más eficaz y más esencial es el que arraiga en la psiquis a través de los constructos lingüísticos. Quien domina el lenguaje domina la mente, diría —¿quizás?— George Orwell.
Luis Oro Tapia
Politólogo