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Salud mental en tiempos de Covid: la “pandemia silenciosa”

Recuerdo el terremoto de Punitaqui, ocurrido el 14 de octubre de 1997 que causó graves daños y victimas en distintos puntos de la provincia del Limarí.

Era desolador recorrer las localidades de la zona y observar la destrucción causada  por el sismo, en Punitaqui y en algunos barrios de  Ovalle, con efectos que aún permanecen a la vista después de varias décadas y no han podido ser solucionados por los propietarios de los inmuebles.

El Gobierno se movilizó para intentar  dar solución al problema inmediato, en especial para aquellos que habían perdido sus viviendas, o para desarrollar un plan de ayuda a mediano y largo plazo para los que sus inmuebles habían recibido deterioros menores pero que hacían riesgosa su ocupación, en especial en el denominado casco histórico.

Sin embargo a los meses las autoridades descubrieron otros daños que no estaban a la vista pero que eran igual de preocupantes: los de la salud mental de la población que vivía en silencio su drama: los temores a un fenómeno natural imposible de prever, atizado por los rumores circulantes,  y el comprensible miedo por la seguridad  de la vida de sus seres queridos y la propia ante la eventualidad de un sismo posterior.

Fue entonces que fue creada la Unidad de Salud Mental del Hospital de Ovalle que intentó dar un paliativo a esas fisuras en la mente de la población.

En la actualidad se vive una situación similar con la Pandemia de Covid-19 . Miles de personas han sido afectadas de  manera directa por la enfermedad, muchos han perdido la vida, otros han sufrido la pérdida de un ser querido, de un amigo, a un vecino, etc. Son las frías cifras que entregan día a día los reportes oficiales de las autoridades. Cifras sin rostros, sin nombres. Y al día siguiente revisamos con avidez esos informes, pensando que tal vez mañana podría ser un familiar, un amigo.

En tanto miles, millones viven confinados en espacios reducidos, conviviendo día a día con el grupo familiar. Muchos sin poder ver en semanas, meses a sus padres, abuelos  , a hijos, comunicándose solo por teléfono o video conferencia. Aprendiendo a soportarse entre el grupo familiar, y sin posibilidades apenas de salir del encierro para compartir con otras personas, con las que intercambiar experiencias, problemas o simplemente hacer vida social alrededor de un café. Sufriendo el bombardeo contumaz de las informaciones de le televisión, y en especial de las redes sociales que con su falta de filtro no contribuyen mucho a la tranquilidad.

Y el delicado equilibrio de la salud mental va sufriendo fisuras, primero leves , que luego se convierten en grietas y en muchos casos concluyen por el colapso de la estructura mental. Los dueños de casa, e incluso los niños de corta edad que reciben en silencio esas malas vibras de sus adultos, sin llegar a entender lo que está ocurriendo. O, lo que es aun peor, sus mayores no advierten el daño que ocasionan a  su entorno con sus conductas.

En este momento se hace necesario que las autoridades de gobierno, comunales,  comiencen a preocuparse también de este problema, reforzando sus unidades de salud mental, con mayor cantidad de profesionales y incrementando las horas de atención para comenzar a abordar esta “pandemia silenciosa” , que no se ve, pero está ahí presente, con consecuencias que aún no es posible predecir.

M.B.I.

OvalleHoy.cl