Cali es una ciudad-música. Sus gentes no pueden concebir la vida sin el bullicio sabroso de los ritmos del caribe. En la calle, en los mercados, en los pasillos, en los bares el sonido, aunque sea de fondo, nunca falta. Y no es ese sonido de restaurant lounge, de new age o el griterío gringo de moda. Acá se escuchan sones latinos combinados con africanos. Los ruidos mestizos de la salsa, el vallenato, la cumbia, la champeta, el reggeton y lo nuevo, la salsa choque. Famosa por los bailes de James Rodríguez y la selección Colombia en la Copa del Mundo.
Dicen que Cali nació de una sonrisa de Dios que cayó en el Valle del Cauca. Al parecer el Dios de por acá todavía no piensa en ponerse serio. Dice que no le gusta subir a las Tres Cruces o al Cristo Rey, dice que en esas partes nunca encuentra caleñas, y ahí es tan alto que se acuerda que es Dios. En cambió le gusta tardear, disfrutar la brisa fresca de las siete paseando y parando en algún barcito del barrio de San Antonio, e irse a pasar las noches de rumba a Don Ever, a la Topa o a alguna esquina del barrio obrero. Los fines de semana, ese mismo Dios se saca la aureola y hace lo que quiere: se mezcla con los caleños, sonrisa en boca, y se mueve por la Sexta y termina bailando medio borracho de ron y aguardiente en Menga. El Guayabo no le importa, solo le importa la noche que pasó, la caleña linda que tiene al lado, y su sonrisa que no se acaba, porque esta ciudad nunca quiere acabarse.
Ignacio González Mas
Periodista, Bachiller y Licenciado en Comunicación Social
Pontificia Universidad Católica de Chile
