El compadre Ramón está que arde. Y no es precisamente por lo de la ola de calor o de los incendios de pastizales que ha habido en los ùltimos dìas.
Es que el otro día delincuentes se metieron a su casa y le robaron el televisor, un computador y un teléfono celular de esos modernos.
A las dos de la tarde iba regresando a su casa y se encontró con los ladrones, que salían con las cosas. Un vecino que también los vio, afirma que los delincuentes viven en la población del lado, porque son los mismos que le robaron a él hace dos meses: el Toco Toco y el Zorrón.
Desde entonces que el Ramón no ha descansado para dar con los antisociales y recuperar las cosas. O al menos parte de ellas.
– Fui a la policía y me preguntaron si sabía quiénes eran, y les dije lo que me dijo el vecino. Incluso les di los nombres y donde viven, y los identifiquè en unas fotografìas … – dice mi compadre, mientras nos tomamos un café Donde el Pancho.
– Y fueron a buscarlos allá – lo interrumpo.
– Naaa compadre . Me dijeron que no era tan fácil la cosa, que hay procedimientos legales, y que la presunción de inocencia y que nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario… Investigar para detener y no lo contrario.
– ¡Puchas! O sea no fueron..
– Sí fueron, pero al día siguiente. Golpearon la puerta y salió a abrir la mamá del Toco Toco, y cuando le dijeron a lo que venían, ella negó que su hijo hubiera sido, que estaba chata de que cuando había un robo en Ovalle la policía iba a molestar a su niño; y que por último, que a la hora del robo él estaba trabajando en una parcela en Huamalata… O si no pregúntenle al Zorrón, que trabaja con él…
El Zorrón, vive a una cuadra de distancia. Y cuando la policía fue allá, por supuesto, confirmó la declaración de la mamá del Toco Toco.: “Yoooo, na que vel, adonde la vio, Si yo estaba trabajando en Huamalata, pa las palta, pregúntenle nomá al Toco Toco..”
– “¿Y qué podemos hacer nosotros, si no hay evidencias?”, me dijeron en la policía. “A ver si usted consigue más antecedentes y vuelve a hablar con nosotros”, me dijeron – agrega el compadre.
Al día siguiente el hijo del compadre, que sabe de lo tecnológico, por rastreo satelital ubicó al computador robado en una casa de la vecindad, y el compadre volvió a ir a la Policía.
– ¿Y compadre ¿Cómo le fue ahora, ah? – le pregunto al día siguiente cuando lo encuentro caminando en la calle.
– ¿Recuperarlo? Para nada… – me respondió sin dejar de caminar, cariacontecido – Me dijeron : “No se me apresure caballero. Primero hay que informar al fiscal, para que el fiscal informe al juez, y para que el juez de turno dé la autorización para el ingreso. Es que la ley es así”, me dijeron.
– Pero fueron ¿no? – digo esperanzado.
– De ir, fueron, pero un día después y del equipo nada. ¡Que iban a encontrar si según el satélite el computador a esa hora ya estaba en Coquimbo..!
– ¡En Coquimbo!
– ¡Por supuesto! Con todo ese tiempo podría haber estado en Santiago, o en Punta Arenas. O en la China ¿Se da cuenta compadre?
El Ramón está totalmente desencantado de cómo funciona el sistema policial. El asunto no es como en la televisión, en el CSI Miami, Hawai 5.0, y otros en los que los detectives son “avispas”. Películas en las que apenas ocurre el robo o el homicidio, los buenos saltan de inmediato y en menos de una hora (que es lo que dura el capítulo) ya tienen listo al culpable.
Acá no. Como dice mi abuela, cuando la policía va con la fruta, ya los delincuentes vienen de vuelta con la mermelada. Se han deshecho de la evidencia, de las pruebas, el cuerpo del delito o lo que sea.
Lo invito a tomarse un café Donde El Pancho, para que se tranquilice, pero no quiere.
– No estoy para cafés compadre. Mejor vuelvo a la casa a tomarme un wiskacho. Ademàs, no vaya a ser cosa que se me vayan a meter de nuevo.
Imagino que ahora debe estar pensando en comprar un par de perros rotweiler, càmaras de seguridad, alarmas, poner barrotes a las ventanas, subir la reja del jardín, ponerle puntas y reforzar las chapas de las puertas. Es decir construir una fortaleza alrededor. Es posible que no descarte comprar un arma de fuego.
¡Pobre compadre. Y me alejo reflexionando que ahora entiendo del desencanto que existe en el país por el sistema, y porqué ya la gente prefiere no hacer denuncia si se les meten a robar a la casa o al negocio. Y por qué ahora cada vez se hace más justicia por propia mano. Y porqué la gente como uno vive entre rejas.
Cuando regreso a la casa y le cuento a la Gorda, mi esposa, me mira con ironía:
– ¿No te acuerdas cuando se nos metieron a robar a la casa, estuviste toda una mañana en la Comisaría, y volviste hecho un quique? – dice luego.
Cómo no me voy a acordar.
– ¿Y te acuerdas cómo te pusiste cuando a la semana te llegó una carta de la Fiscalía? – insiste, como hurgueteando con el dedo en la herida.
Claro que sí. En la carta se me anunciaba que, por falta de antecedentes, se cerraba provisionalmente la causa. Pero que si en los dìas siguientes tenía nuevos datos que aportar se podría reabrir la investigación.
Ahora no sé cómo se irá a poner el compadre Ramón cuando le llegue la famosa carta.
Mario Banic Illanes
Escritor
NOTA: Todas las personas e instituciones que aparecen en esta historia son ficticias. Cualquier semejanza con la realidad es sólo coincidencia.