La abstención electoral tiene un sinnúmero de causas. Creo que todas son válidas, pero no todas pesan lo mismo. Respecto de aquellas que se tipifican genéricamente como desencanto con la política, conviene explorar una de sus múltiples aristas. Concretamente, la dimensión que da cuenta de la distancia entre palabras y hechos. Cuando la longitud excede lo tolerable se denomina inconsistencia y cuando las palabras están a contrapelo de los hechos se trata de inconsecuencias. Tal brecha existe en todo el espectro político. Aquí sólo exploraremos su flanco izquierdo.
Para que se torne patente dicha brecha es pertinente formularse la siguiente pregunta: ¿por qué las críticas a los excesos del capitalismo no cuajan en políticas que limiten su expansión o que, por lo menos, atenúen sus efectos? Como sabemos, el capital quiere vía libre para amasar grandes fortunas. Para nadie es un secreto que el capitalismo abomina de cualquier legislación que intente entorpecer su avance. De hecho, quiere que la legalidad esté en sintonía con sus intereses y para alcanzar tal fin manipula (hasta desvirtuarlas) dos herramientas creadas por el liberalismo clásico: la democracia representativa y los partidos políticos.
¿Por qué los partidos que vociferan en contra del capitalismo, paradójicamente, participan de su espíritu? ¿En qué los beneficia? ¿Qué apetitos les satisface? ¿Por qué utilizan medios típicamente neoliberales como, por ejemplo, la racionalidad instrumental y el pensar calculante? ¿Acaso los partidos no utilizan las técnicas del arsenal neoliberal para relacionarse con los electores? ¿Por qué hacen suyas las bajas pasiones del capitalismo como los son la sed de dinero, la gula por la riqueza y la ostentación del lujo?
Sería impúdico ilustrar estas líneas con nombres de dirigentes antisistema que disfrutan de las exquisiteces del capitalismo (viajes en primera clase, hoteles vip y restaurantes exclusivos) y que, además, ostentan bienes de lujo (automóviles, por ejemplo), cuya posesión nada tiene que ver con el natural deseo de llevar una vida confortable. También lo sería el mencionar a políticos que condenan al capitalismo, pero que tienen contubernios con él. Baste recordar que en los últimos dos años hemos tenido, en nuestro país, un vendaval de noticias al respecto y una seguidilla de procesos judiciales que aún están en marcha.
Así, el discurso que abomina del neoliberalismo es pisoteado, precisamente, por los mismos que lo enarbolan. La evidencia indica que los políticos que denostan al sistema no quieren superar el neoliberalismo, sino que disfrutar en plenitud, aunque sea tras bambalinas, de sus beneficios. ¿Incoherencia, inconciencia o hipocresía? Difícil saberlo. La dificultad para discernir de qué se trata radica en el hecho de que cuando los críticos del sistema son sorprendidos gozando de esos supuestos placeres ilícitos (esos deleites que ellos condenan públicamente) ni siquiera se ruborizan.
Es imposible, por el momento, auscultar las causas profundas de esas flagrantes contradicciones (algunos hablarán de deslealtad con los principios, otros dirán que defraudan las convicciones; no faltará quien diga traición, engaño o burla a la inocencia de los electores) que hieren la fe de los genuinos creyentes. Pero sí es posible ver algunas de sus consecuencias inmediatas, a saber: el desinterés por la política y el desprestigio de los políticos. Ellas no tardan en traducirse en desencanto con el quehacer político, apatía electoral y, finalmente, en abstencionismo.
Luis Oro Tapia
Politólogo