Los diversos parajes que ofrece la geografía regional permiten no sólo recorrer de principio a fin sus principales atractivos turísticos, sino que además descubrir insospechados destinos que favorecen e invitan a disfrutar de actividades de relajación, meditación y contemplación, alternativas ideales para sacarse el estrés de la ajetreada vida actual.
Me encanta la fisonomía del Valle de Limarí y particularmente de Ovalle. Hay algo asombroso relacionado con su entorno que convive entre la agricultura y los paisajes secos y calurosos. Hay algo poderoso en un cielo nocturno lleno de estrellas que te hace recordar tú insignificancia en el universo. Hoy quise conocer más de mi tierra natal.
Me aventuro en esta oportunidad (ya por segunda o tercera vez, no recuerdo) a visitar el Valle del Encanto, sitio de gran importancia arqueológica, que se encuentra ubicado en una pequeña quebrada a 5 Kms de la carretera que une Ovalle con Socos (Ruta 45) y a 19 Kms. de la ciudad de Ovalle.
La idea esta vez era tomarme el tiempo suficiente para contemplar este sitio y comprender que miles de años antes de que comenzáramos a escribir nuestra historia, quienes poblaron este espacio dejaron huellas de su ocupación. Esos ecos materiales de lo que hoy podemos observar en un sinnúmero de rocas con petroglifos, pictografías y piedras tacitas nos permiten interpretar y especular acerca de lo qué comían esos habitantes, en qué creían, con quiénes se comunicaban, cómo enterraron a sus muertos. Y también, cómo era el territorio que los acogía, con qué animales y plantas convivieron. Mi idea iba tomando cada vez más cuerpo, ya que sin el ánimo de reconstruir científicamente el pasado de esos habitantes, mi imaginación me reanimaba a contemplar cada rincón con una mirada distinta y madura.
Digo distinta, pues ahora comprendo la pasión y energía de las explicaciones de mi profesor de Antropología Gonzalo Ampuero, quien en terreno nos invitaba a comprender que es tarea de todos cuidar estos espacios, entendiendo que es esencial para profundizar y enriquecer nuestra historia común, raíz de nuestra identidad.
Desde el punto de vista del visitante el Valle del Encanto tiene una gran ventaja, pues sus senderos pueden ser recorridos íntegramente a pie, pudiendo apreciar en detalle grandes rocas que muestran en su superficie dibujos de rostros con adornos y penachos sobre la cabeza. El elemento más interesante y llamativo es la figura humana que se encuentra generalmente en actitud de movimiento. Según los entendidos, los rasgos faciales se advierten señalados con círculos y líneas para los ojos, narices y cejas; la boca no se dibuja. Este conjunto de elementos singulares asociados entre sí ha permitido a éstos postular un estilo de arte rupestre, el llamado “Estilo Limarí”.
Este gran anfiteatro nos permite imaginar el encanto místico y mágico de un asentamiento seleccionado por la denominada Cultura El Molle (siglo II al VII) para expresar su estrecho lazo vinculado a la actividad mágico-religiosa, no sólo referida a su expresión ritual, sino que además a la ayuda sobrenatural en su quehacer económico representadas a través del arte rupestre, encarnadas en la caza, pastoreo y recolección.
El estar cara a cara con estos bloques rocosos trasmite la magia no solo material de su presencia, sino que además de aquello “inmaterial” que nos debiese conducir a un camino ineludible para que nuestro patrimonio sea conocido, apreciado, querido por la gente que lo visita y por la comunidad donde se inserta, de modo que su conservación y promoción se conviertan en prioridad realizable y sustentable, gracias al desarrollo de una actividad productiva en torno al turismo.
Es satisfactorio que en este sentido el municipio de Ovalle pretenda potenciarlo y proyectarlo como una ruta obligada para los visitantes, destacando la relación entre la astronomía y la arqueología (arqueo-astronomía), y tal vez lo más relevante, articular alianzas que permitan poner en valor este Monumento Nacional.
El sol ya no pica tan fuerte como al medio día, y a esta altura no he reparado en el trascurso del tiempo y el hambre. El ángulo crepuscular de los rayos de sol hacen aparecer casi mágicamente otras figuras y formas obviadas en la ida. El regreso por los senderos es más pausado, más contemplativo y reflexivo, entendiendo que el ánimo de trascendencia de lo que hoy entendemos como arte rupestre quizás tenía otro significado 4.000 años atrás.
Cerrar los ojos e imaginar las escenas descritas en la leyenda de la Doncella del Valle del Encanto y sus misteriosas y fugaces apariciones en lo alto del peñón del encanto, dan cuenta que es posible interpretar la eterna lucha entre el amor y el desamor; entre la obsesión y el dolor; entre la realidad y la ilusión. La leyenda cobrará valor en la medida que siempre exista la remota posibilidad de contemplar una noche estrellada esperando la aparición efímera de esa doncella.
Antes que caiga la noche me permito una última reflexión, pues vine solamente con expectativas de descanso y recordar experiencias anteriores, pero finalmente me encontré con uno de esos pocos lugares donde puedes hacer “sintonía fina”; esos lugares donde el atractivo principal pasa a ser accesorio. El bonus track es regresar conociéndose un poco más, cosas que no conoces de ti hasta que empiezas a viajar, cosas que sólo puedes conocer en lugares encantadores…¿o encantados?