Voy a pagar una cuenta telefónica a un local del sector Benavente y el dueño me reconoce al momento de llegar a la caja.
“¿Y qué le parece don Mario, como está la cosa, ah?” dice en voz alta. En realidad él siempre habla alto.
“¿Qué cosa?”, pregunto confundido.
“En Ovalle, en el país, pues… ¿Qué cosa va a ser!”
“Ah”, digo, siempre confundido, porque lo que quiero es pagar la cuenta del teléfono y seguir con las compras que me ha encargado la Gorda, mi esposa.
Además percibo que los que están tras mío, en la fila, se agitan inquietos.
“En todas partes hay corrupción, ya no se puede confiar en nadie” agrega el cajero. “Y no se trata de política. De derecha a izquierda todos roban por igual ¿no le parece?”
“Tiene toda la razón” admito, por decir algo.
Y entonces no puedo evitar meter la pata:
“Es que se necesitan personas como yo”, digo riendo, sin casi pensarlo, repitiendo un viejo chiste .
Bromeo, desde luego. Y apenas lo digo ya estoy arrepentido.
“Justo es lo que digo: personas como usted , serias, inteligentes, honestas. ¿No es cierto?”, dice él con entusiasmo.
Y los que están en la cola me miran como bicho raro. Debe ser porque nunca han conocido un espécimen serio, inteligente, honrado andando por ahí, suelto.
Sin embargo apenas se termina la novedad, y las personas solo ven a un flaco, pelado y ahora viejo, por añadidura, comienzan a manifestar su inquietud y descontento. Ellas sólo quieren pagar su cuenta.
Y se manifiestan con leves silbidos, carrasperas, y cosas así. Porque los chilenitos somos incapaces de reclamar de manera frontal: “Oye, viejo, porqué no atendís de una buena vez al pelado este… mira que todos tenemos otras cosas que hacer”.
Pero el comerciante insiste:
“Si usted se presenta en las próximas elecciones yo voto por usted don Mario. Se lo doy firmado. Y muchos harían lo mismo”.
Finalmente logro zafarme y salir a la calle, en medio de la mirada de reprobación de quienes están en la fila. Ellos, desde luego no votarán por mí en las próximas elecciones.
Unos metros mas abajo encuentro a mi compadre Ramón saliendo de uno de los boliches del sector. Percibo en él un ligero tufillo a vino barato y a cerveza. Tal vez shopp.
Le cuento lo ocurrido.
Otra pésima idea.
“Me parece excelente, compadre. Y yo sería su jefe de campaña”, dice “. ¿Se imagina el lema? “Adiós a la corrupción, un pelado a la Gobernación?”
“No lesee, compadre. Mejor no le hubiera contado”.
“O a la Alcaldía, compadre. ¿Se da cuenta? Ese sería el primer paso para saltar al Congreso. ¿Se imagina en el Congreso? Con todo lo que pagan a esos tipos paseando por aquí y para allá, viajando a todas partes. ¡Si hasta el celular y la bencina les pagan!”
Y se va dos cuadras hablando de la corrupción generalizada en el país, que antes nos ufanábamos de ser el país menos corrupto de Latinoamérica, que éramos casi un país del primer mundo, los ingleses de Latinoamérica. Un ejemplo para el resto del mundo,,etc.
“Y ahora aquí nos tiene pues… llega a dar vergüenza ajena. El que no corre-vuela”, agrega.
No sé que decirle, porque tiene mucha razón. Además que a mi compadre, cuando se larga a hablar, no lo para nadie.
Y llegado a la esquina siguiente, dice levantando la voz :
“Y ahí es donde se necesitan personas como usted, compadre . Antes que estos carajos terminen de desmantelar el país y llevárselo para la casa”.
Y todos alrededor me miran raro, como diciendo ¡y este que tiene ah?
Al almuerzo le cuento a la familia. Y como de costumbre mi hija menor apoya al Ramón:
“Tiene razón el tío Ramón … tírate nomas”, dice.
Es que ella se imagina como hija del alcalde, del Gobernador regional o del diputado. Quizás hasta la lleve en uno de esos viajes en el avión FACH al extranjero
En cambio a la Gorda no le vienen con vainas:
“Pues entonces el señor Alcalde se va buscando otra que le haga el almuerzo”, dice categórica, mientras lleva los platos sucios al fregadero .
No sirve de nada decirle, que no es idea mía, que yo no tengo ganas de ser candidato a nada, que no sería nunca autoridad, porque no tengo carácter para eso. Además que carezco de espíritu de servicio público.
“ Y alguien que le lave los platos… señor Gobernador”, añade la Gorda desde la cocina.
No sé porqué percibo un tonillo de sarcasmo.
La Lobita, nuestra nieta menor, de tres años, mira asombrada y confundida.
“¿Por qué está enojada la Abuela, mami, ah?”, pregunta a su madre.
“Es que no quiere que el Tata, sea Alcalde, hija”, le explica ella.
La Lobita, me mira , y luego pone una mano sobre la mía.
“Yo tampoco quiero Tata… porque ¿Con quién me iría acostar en la noche cuando tengo miedo, ah?”, dice.
Y se me derrite el corazón.
Pienso que quizás se necesitarían más nietas como ella para evitar que tanto baboso esté por ahí en un cargo de votación popular sin que nadie haga nada por impedirlo.
Mario Banic Illanes
Escritor