
Un amigo muy especial, fue el título de un relato anterior sobre nuestro sorprendente amigo el Mero, infaltable en la pérgola a la hora del almuerzo de los guardaparques, en la Reserva de Las Chinchillas. Aunque siempre es novedoso observarlo desde tan cerca un día que parecía cotidiano nos dio una tremenda sorpresa.
En los últimos días habíamos notado en él, un comportamiento distinto de lo habitual; cada vez que recibía un pequeño trozo de comida, mientras lo sostenía en el pico, emitía un sonido parecido a un silbido corto (piik), miraba hacia algún punto distante de la pérgola y se alejaba volando en esa dirección llevándose el bocado.
Aunque siempre lo habíamos visto llevar trozos de comida para esconderlos entre los arbustos, como si los guardara para después, lo novedoso era el nuevo sonido que emitía considerando que normalmente es muy silencioso.
Intrigados por su comportamiento decidimos seguirlo, lo que nos permitió descubrir su celosamente guardado secreto. En medio de los resecos arbustos, tres hermosas crías que ya brincaban entre piedras y ramas, esperaban ansiosas el vital suministro de comida.
Al parecer nuestro cuidadoso acercamiento hacia sus crías, lo motivó a levantar ciertas restricciones y en un gesto de absoluta confianza, en un par de días llegó hasta las mesas de la pérgola acompañado de su párvula descendencia.
A partir de ese día la hora del almuerzo en la pérgola, se convirtió en una inmejorable oportunidad para apreciar detalles desconocidos de la rutina familiar de un Zorzal Mero y sus crías.
Mientras almorzábamos, puntualmente se instalaba con sus retoños en la mesa continua, luego volaba repetidas veces hacia nosotros, recibía comida de nuestras manos y se devolvía a la otra mesa alimentándolos por turno uno a uno, con dedicación y admirable esmero.
Rápidamente pudimos apreciar que las imberbes criaturas estimulaban al adulto para que los alimentara, emitiendo un sonido parecido a una constante súplica y agitando sus alitas con movimientos que resultaban a toda vista, demasiado enternecedores.
Así nuestro amigo muy especial iba y venía una y otra vez, entre nuestra mesa y la de sus crías, con una entrega maternal o paternal digna de admiración, movido por un impulso que afloraba desde lo más íntimo de su naturaleza, como si fuera víctima de un inevitable sortilegio en pos de la perpetuación de su especie.
En esos inolvidables días mientras alimentaba a sus crías, uno de los juveniles inexplicablemente se alejó quedándose fuera del reparto de comida, lo que nos generó algún grado de preocupación al pensar que podría debilitarse. Esto parecía no complicar a nuestro amigo, puesto que continuó alimentando a los dos restantes como si el tercero no existiera.
Hasta que por fin volvió el descarriado situándose al lado de sus hermanos, los que ya habían recibido varias porciones de comida, quedando en desventaja, lo que en nuestra opinión lo ponía en riesgo de sobrevivencia. Sin embargo y para nuestra sorpresa el recién llegado al banquete, fue atendido exclusivamente recibiendo todas las dosis que le faltaban hasta quedar nivelado con sus hermanos.
Una vez que el polluelo recibió la misma dosis de los demás, cinco o seis porciones, el solícito Mero adulto continuó alimentándolos a todos, cada uno a su turno. Esto nos pareció increíble, nuestro fantástico amigo parecía llevar la cuenta de lo que le había dado a cada uno.
Al pasar los días, nuestro Mero cambió su táctica de alimentación, ya no todas las porciones de alimento iban directo a la garganta de sus crías, en ocasiones las dejaba caer a los pies de los juveniles para que se dieran el trabajo de recogerlas y luego engullirlas.
El aprendizaje de las crías, que ya volaban con bastante destreza, avanzaba tan rápido que en poco tiempo comenzaron a recibir alimento directamente de nosotros, por supuesto que no de nuestra mano como el adulto pero atrapaban con facilidad los bocados que les lanzábamos desde la distancia.
A pesar del enorme progreso de la nueva generación de Meros, estos continuaban pidiendo comida con insistencia al adulto y al parecer, a nuestro amigo le costaba resistirse a las demandas de sus consentidas crías, hasta que un día observamos un cambio drástico y sorprendente. Después de depositar la comida en sus ávidas fauces abiertas los agredía. Sí, aunque parezca increíble los alimentaba y luego los agredía.
Día a día esta práctica de alimentarlos y agredirlos fue en aumento, llegando a niveles dramáticos, hasta el extremo de obligarlos a alejarse momentáneamente del lugar. Al parecer había un conflicto de impulsos contradictorios en nuestro amigo Mero, por una parte el instinto de protección hacia su descendencia y por otra parte el deseo de que se independizaran y se alejaran para conservar su supremacía en el territorio.
La situación alcanzó ribetes dramáticos, cuando definitivamente dejó de alimentarlos y se dedicó a perseguirlos hasta el extremo de volar en círculos detrás de ellos alrededor de la pérgola. Uno a uno los juveniles, que se alimentaban solos y que ya tenían un aspecto muy parecido al de un adulto, desaparecieron del lugar buscando nuevos horizontes en donde establecer su propio territorio.
Finalmente en relación a nuestro amigo muy especial, las cosas volvieron a la normalidad en la pérgola de las Chinchillas. El Mero continúa llegando puntualmente a la hora de comer como si ya no recordara que alguna vez tuvo tres hermosas crías, asumiendo quizás, una irreversible vocación de solitario.
Texto: Mario Ortiz Lafferte
Administrador Reserva Nacional Las Chinchillas
Corporación Nacional Forestal
Provincia de Choapa